martes, 30 de agosto de 2016

¿Corrupción o modernidad en Puebla?


Por Alejandro C. Manjarrez
No cabe duda que en política la heterodoxia es un plus para alcanzar los objetivos personales, sean éstos los que fueren. El ejemplo nacional es Rafael Moreno Valle Rosas, gobernador del estado de Puebla.
¿Y qué diablos hizo este mandatario constructor del infierno y el paraíso, el primero diseñado para que sus detractores purguen sus pecados, y el segundo construido con la idea de albergar a sus panegiristas?
Según yo reinventó una nueva forma de corrupción basándose en el estilo de los gobernantes que hicieron de su gestión una dictadura perfecta —por citar a Mario Vargas Llosa— o el espacio donde el ogro filantrópico —Octavio Paz, dixit— se regodea presumiendo las “grandes obras” de supuesto beneficio colectivo. Y lo hizo dando vigencia al apotegma popular: hecha la ley hecha la trampa.
La corrupción institucional
La sociedad criticó a los priistas por su forma de hacer política para conservar el poder. Señaló con su dedo flamígero los actos de corrupción electoral basados en robar urnas, alterar votaciones, hacer votar a los muertos, modificar resultados, preparar y operar carruseles, tamaladas y otras artimañas diseñadas para propiciar la derrota de los adversarios. Durante años fue Acción Nacional el partido más enfático en presentar denuncias contra los fraudes cometidos por el PRI. Aquellas andanadas jurídico-mediáticas propiciaron la división interna del otrora partidazo. Nació así la Corriente Crítica que no sólo sacudiría la estructura gubernamental sino que, de paso, unió a las izquierdas diseminadas en las fracciones producto de los protagonismos “iluminados”. Fue cuando el sistema político mexicano parió al PRD, organización que agrupó a los, a la sazón, llamados tránsfugas del tricolor; Cuauhtémoc Cárdenas, el más connotado.
La elección del 2000 cambió el rostro de aquel México declarado sede mundial de la dictadura perfecta mitigada por la corrupción. Ya había nacido el IFE (1990) acompañado con la esperanza de hacer del país una nación más democrática. Este organismo validó el proceso que convirtió en presidente a Felipe Calderón Hinojosa avalando la intervención ilegal de la estructura electorera que en esos días manejaba la maestra Elba Esther Gordillo Morales. Un remedo exacerbado del grupo “Amigos de Fox” ya que en vez de dinero el SNTE de la susodicha aportó cientos de miles de votos a cambio de impunidad y algunos favores políticos, como fue el caso de la senaduría primero y después gubernatura de Rafael Moreno Valle, priista que a instancias de la Maestra se hizo panista, precisamente para ganar los cargos enunciados.
Durante el mandato de Rafael Moreno Valle se legislaron leyes tramposas articuladas con la intención de permitir el manejo autoritario de la administración pública: el estatuto jurídico cedió el control absoluto al mandatario. Lo mismo ocurrió con los procesos electorales que en la mayoría de los ayuntamientos ubicaron a personas afines al proyecto personal del gobernador, uno de ellos (José Antonio Gali Fayad) postulado después para dar continuidad al gobierno morenovallista. Se cambió la ley y amplió el mandato de alcaldes y diputados (de tres años a cuatro años ocho meses) dizque con la intención de emparejar el proceso electoral poblano con las elecciones nacionales. La verdad es que con la estructura política basada en la participación de munícipes y legisladores afines, Moreno Valle pudo garantizar el blindaje que, de manera menos inteligente, también buscaron los gobernadores de Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo.
Puebla se convertía así en el ejemplo nacional de cómo deben alterarse los valores básicos de la democracia y qué tienen que hacer los gobernantes para corromper la política librándose de los efectos de la ley. Además de ello los dirigentes de los partidos de oposición se manejaron bajo la directriz del mandatario. El partido en el poder (PAN) puso en acción lo que años antes había denunciado y señalado con el énfasis de una oposición íntegra. La enorme deuda pública (según Fitch Ratings, más de 29 mil millones de pesos) se disfrazó con el ropaje burocrático confeccionado por los empleados del gobernador Moreno Valle, personal comisionado y constituido en mayoría del poder Legislativo. Esta misma “fuerza popular” designó (a instancias del gobernante, claro) al Fiscal General del Estado, función que recayó en el procurador de justicia del gobierno de Rafael Moreno Valle. El proceso electoral de Puebla (2016) dejó en calidad de liliputienses a los políticos del PRI que en sus mejores tiempos dieron vida al esquema que tanto impresionara al Nobel Vargas Llosa.
Estos ejemplos trazados a vuela pluma me permiten decir que en Puebla nació una nueva forma de corrupción gracias a que se combinaron la obsesión del mandatario, con la tecnología, el esquema financiero y las técnicas de empoderamiento que no reparan en la ética publica y menos aún en los propósitos expresados cuando el servidor público protesta cumplir con la Constitución y las leyes que de ella emanan. Insisto: “Hecha la ley, hecha la trampa”. Con ello la entidad refrendó su estatus de pionera dado que forjó la historia —en este caso de la vergüenza— pues, como lo escribió Yves Mény, la sofisticación de las actividades corruptas convirtió a la corrupción en una acción invisible y por tanto difícil de castigar.
¿Gobernabilidad es igual a usar la ley para controlar a la oposición? ¿Gobernabilidad equivale a cooptación de partidos políticos? ¿Gobernabilidad significa poner bridas a los líderes de opinión? ¿Gobernabilidad incluye manipular el concepto de democracia? ¿Gobernabilidad encarna el ejercicio del poder para controlar a los otros poderes? ¿Gobernabilidad infiere el manejo de los organismos electorales?
Sí sería la respuesta a las preguntas enunciadas en el párrafo anterior. Sin embargo, por ventura, contra esa supuesta invisibilidad, observan y operan las redes sociales.
@replicaalex


miércoles, 24 de agosto de 2016

El periodismo en Puebla, a vuelo de pájaro


Por Alejandro C. Manjarrez
¡Estamos en la madriguera de la corrupción! ¡Aquí es donde los políticos aprenden a joder al pueblo!
El autor de estas dos frases atrajo la atención de sus colegas periodistas que esperaban la conferencia de prensa prometida por el presidente del PRI poblano y, en algunos casos, la entrega del Chayo.
Como ocurría con el estridentismo que en Puebla representó el poeta Germán List Arzubide, el desentono traspasó los gruesos muros de aquella casona, otrora sede de una de las sinagogas del siglo XIX.
—Señor Olimán —dijo el ujier—: el presidente lo recibirá enseguida. Sígame por favor.
Diez minutos después de su arenga, apareció Sergio Olimán blandiendo un pequeño sobre de papel manila: —Ya ven cabrones —soltó a sus colegas—, hay que gritar para que se abra la caja fuerte donde se guarda nuestro dinero…
“Apagaremos al sol de un sombrerazo”
Eran los tiempos del gobierno de Alfredo Toxqui Fernández de Lara. El periodismo que entonces se ejercía en la entidad estaba controlado por los directores de El Heraldo y El Sol, ambos periódicos elaborados en Puebla. La información parecía teñida con el color beige del pequeño sobre de papel manila, estilo que daba sustento a la expresión de un colega: “Todo marcha sobre una balsa de aceite”. Y sí, el director de comunicación del gobierno del estado, los “chicos de la prensa”, los corresponsables y los reporteros encargados de las distintas fuentes del gobierno, eran parte medular de la tripulación de esa balsa de aceite.
Pasaron los años y siguió la mata dando pero con algunas excepciones. Fue durante el mandato de Guillermo Jiménez Morales cuando el periodismo empezó a encontrar cauces ajenos al control caciquil que ejercían los dos administradores de la información, uno de ellos periodista y el otro empresario. Este llamémosle cambio coincidió con la creación de la carrera de periodismo en la Universidad Popular Autónoma de Puebla (UPAEP) y también con el caos que en el grupo provocó la pérdida de la corresponsalía de Excélsior, por cierto asignada al que esto escribe, circunstancia que me convirtió en enemigo del cacicazgo periodístico que abarcaba las jefaturas de prensa del sector público local.
Llegó al gobierno Mariano Piña Olaya y las cosas siguieron igual después de que los periodistas tomaron el Palacio para protestar contra la posible cancelación del Chayo. Unos cuantos gritos y la puerta rota obligaron la intervención de Alberto Jiménez Morales, asesor en jefe del mandatario y, además, padre del director de Comunicación Social del gobierno piñaolayista. Se olvidó la instrucción de Mariano vertida para, dijo, acabar con ese tipo de dádivas que “invertiría en cualesquiera de los programas sociales de su administración”.
Para esos días ya formaban parte de los medios de comunicación de Puebla varios egresados de la carrera de periodismo. Mejoraron así las redacciones y empezó a perderse el control sobre los reporteros. Los directores ligados al gobierno respondieron cambiando a sus reporteros de fuente, reteniéndoles el salario o, incluso, dependiendo las presiones, cesando a los más perspicaces. Era lo común. Empero, hubo excepciones como la que enseguida comento valiéndome de mi memoria:
Platicaba con José Bolaños Gómez, entonces director de La Voz de Puebla, cuando cayó una llamada al teléfono de su oficina:
—Qué gusto don Alberto, dígame en qué puedo servirle —respondió mirándome con ojos cómplices. Conforme escuchaba a su interlocutor, la expresión del rostro de Pepe adquirió la seriedad que acompaña a la sorpresa, o quizá a la indignación. Colgó el auricular y me dijo molesto:
—Son chingaderas Alejandro, don Alberto quiere que censure a Rodolfo Ruíz... o que lo corra. Vaya problema. Si no lo hago a mí será a quien censuren. Y si lo hago yo mismo me doy en la madre.
No se realizó ninguno de los pronósticos vertidos a bote pronto por el director del vespertino. Ignoro lo que hizo para resolver su problema. Lo que sí sé es que Rodolfo no fue censurado. Vaya ni siquiera se enteró de aquella intentona del gobierno hasta que años después le comenté lo que usted acaba de leer.
Mientras eso ocurría en Puebla, en el centro neurálgico de México ya estaba avanzada la modernización del periodismo y los medios de comunicación. En su libro Información y comunicación[1], Eulalio Ferrer hizo interesantes acotaciones sobre lo que habría de ocurrir al inicio de la primera década del tercer milenio, un “futuro sembrado de asombros tecnológicos y vecindades humanas”. Entre otras cosas don Eulalio escribió:
…Seguramente una de las primeras cosas que hemos aprendido en el lenguaje de las palabras y sus constricciones es que aquello que no es explicable o comprensible no es comunicación. Como tampoco es comunicación la que confunde al emisor con el receptor o no precisa bien la identidad de cada uno en el todo. Vale agregar que la incomunicación es una de las formas rotundas de ruptura o de exilio…
En la Puebla de aquella época la incomunicación se manifestaba rústicamente ya que todo, como apunto arriba, marchaba sobre una balsa de aceite.
Concluyó el gobierno de Piña Olaya y apareció en escena el de Manuel Bartlett Díaz. Éste encontró en el estado un interesante muestrario de convenios o pactos de a bigote con “hojitas parroquiales”, como él definió a la llamada prensa chica. No obstante, Bartlett entendió (o su comunicador así se lo hizo ver) que ese tipo de pasquines podrían haberlo desprestigiado al difundir su controvertido pasado mediante la distribución personalizada; es decir, el viejo método equivalente a lo que hoy conocemos como redes sociales. El efecto multiplicador basado en la hablilla pues; la llamémosle “cultura” legada por los poblanos que usaron el chisme —el aquí entre nos— para evadir las represalias del poder político, como el ejercido por Maximino Ávila Camacho, por citar a uno de los paradigmas de la persecución a periodistas incómodos para los servidores públicos atrabiliarios y corruptos.
La presencia de Bartlett en el ámbito político poblano produjo una reacción interesante: parte del periodismo local decidió observar con sentido critico e incluso lúdico lo que ocurría fuera de la balsa de aceite, algunos motivados por el perfil del mandatario y otros con el propósito de obtener la nota de alcance nacional, información que podría romper la tradición que durante décadas mantuvo al periodismo navegando en las aguas calmas de la comodidad concertada. La nueva pléyade de periodistas ganaría con este cambio, digamos que natural u obligado por las características del gobernante.
Le tocó a Melquiades Morales Flores sentir en carne propia los efectos del despertar tardío del periodismo poblano. Su buena fe combinada con su inquietud por la información y datos sueltos que formaban parte del archivo de los periodistas, hizo que el gobernador se convirtiera en víctima de las entrevistas banqueteras. Con la técnica chacaleo los reporteros buscaban las ocho columnas del día siguiente. Podría decirse que una parte del periodismo poblano había despertado mientras que otra seguía padeciendo los efectos del letargo producto de las emanaciones tóxicas de la balsa de aceite. Como lo escribió Ferrer, los hechos ganaron la delantera a las palabras. Ahí está, por ejemplo, el caso Lydia Cacho, affaire que rebautizó a Mario Marín Torres como el “Góber Precioso”.
“¡Viva el Mole de Guajolote!”
El recuerdo del choque que tuvo el abuelo contra la prensa, debe haber producido en Rafael Moreno Valle la necesidad de “castigar” a los periodistas que no entendieron su calidad de un hombre “elegido para gobernar y trascender” (no encuentro otra explicación a su actitud refractaria). Y ocurrió la cerrazón oficial.
La mayor parte de los medios escritos sufrieron el menosprecio del gobierno, reacción que compartieron los columnistas críticos, sobre todo los otrora motivados por los convenios financieros y/o apapachos del poder.
Lo bueno del cambio ríspido que encabezó Rafael, es que la prensa escrita mejoró para por fin hacer naufragar la balsa de aceite.
Sin haber sido una de sus propuestas de gobierno, Rafael Moreno Valle Rosas incentivó en el gremio periodístico el ánimo de repeler todo tipo de presiones, en especial las diseñadas para frenar la libre y auténtica libertad de prensa. Dividió al gremio en dos fracciones: la del elogio a su persona (panegiristas sistémicos) y la que informa sin tamices negociados.
A pesar de la política de comunicación social del gobierno, la mentira y el maquillaje perdieron su fuerza como atenuantes de la información; se vigorizó la libertad de expresión para rescatar el respeto a la inteligencia de los ciudadanos.
Hoy, gracias a la chambona política de comunicación social, vivimos una nueva etapa en el periodismo poblano. La balsa de aceite naufragó entre las tormentas provocadas por la nube de la información: Twitter, Facebook y otras redes sociales en las cuales se manifiesta el criterio de millones de usuarios, opiniones generalmente sustentadas en la libre expresión.
El periodismo en Puebla ha avanzado. Sin embargo, aún queda algo del polvo de los viejos lodos (balsa de aceite) pero al “revés volteado”. Me refiero a los gacetilleros que viven y cobrar por lisonjear al político, dueño sexenal de su criterio; escribientes cuyas intensas columnas y sesudos artículos llevan la miel que endulza la vida del que paga para que no le peguen, comercio que atenta contra el “mejor oficio del mundo”.
acmanjarrez@hotmail
@replicaalex



[1]Ferrer, Eulalio. Información y comunicación. Ed. FCE, México, 1997

martes, 9 de agosto de 2016

Feromonas, dinero y poder*


El perfume anuncia la llegada de
una mujer y alegra su marcha.
Coco Chanel

Por Alejandro C. Manjarrez

Las feromonas podrían ser una de las causas que propiciaron las tragedias económicas que ha vivido México.

Su aroma vuelve locos a quienes, gracias al poder (político o económico), se sienten más guapos, más atractivos y más sensuales. No importa que hayan sido o sean feos, chaparros, prietos, albinos, gordos, enclenques, apestosos o escuchimizados.

Si a ello agregamos el poder, el que usted quiera y mande, se arma la gorda. ¿Por qué? Pues porque el poder es un afrodisiaco que combina perfecto con la sustancia inodora que incita al amor, la misma que en el antiguo Egipto se usó para fabricar esencias que impactaron en el cerebro de hombres y mujeres. Marco Antonio y Cleopatra, por ejemplo. O la Güera Rodríguez, la dama que quitó el resuello a varios de los personajes de su época, Simón Bolívar y Agustín de Iturbide, por citar a dos personajes de la historia americana.

No hay mucha diferencia entre faraones, emperadores y banqueros.

Tampoco la hay entre los viejos conquistadores y los modernos políticos.

Unos y otros se unen en el tiempo gracias, precisamente, a las feromonas.
Así que aquí va una ilustrativa historia que parece cuento, o un cuento de ilustrados que hizo historia, ya que sus personajes fueron reales, de carne y hueso pues.

Antes una prevención:

El leitmotiv de los protagonistas de este relato siempre fue el mismo a pesar de sus antagónicas ocupaciones: el poder.

La indiscreción
Llegué con el entonces director del Canal 13. Me recibió entusiasta y comunicativo. Después del saludo de amigos, soltó una información que, de haberse difundido en esa época, habría causado un revuelo internacional:

“Todavía estoy impresionado —dijo Claudio Farías Álvarez al que esto escribe—; este Pepe no tiene límites (se refería a López Portillo). Ayer me hizo acompañarlo a la casa de la novia de don Manuel (Espinosa Yglesias). Fue a visitarla aprovechando que el banquero está de viaje. ‘Es que esta dama me vuelve loco’, me confesó Pepe. Y ahí estuvo por más de dos horas…”

Es obvio que la visita de López Portillo no fue una cortesía presidencial y menos aún interés por el banquero. El tipo acudió atraído por el aroma de las feromonas de aquella hembra, perfume que algún día y en algún lugar percibió. Como me lo dijo Claudio: “Pepe se volvió loco por esa dama de origen anglosajón”, de apellido rimbombante y reminiscencias benefactoras.

Entonces era una hermosa joven: querendona, blanca, de ojos grandes, bien proporcionada y, en consecuencia, presa fácil del poder financiero y político, o a la inversa: dulce y efectiva trampa para quienes ejercían ese tipo de influjo.

Semanas más tarde pregunté a Claudio cómo iba el romance de su amigo el Presidente. Se me quedó viendo con ojos de desconcierto, quizá porque había olvidado su “confidencia” a quien llegó en el momento oportuno, cuando él necesitaba comentar lo que usted leyó. Imagino que hizo un ejercicio de memoria y en instantes recordó lo que tuvo a bien compartirme.

“Oye, pero no lo vayas a publicar. Guárdalo para cuando ya no formemos parte de esta dimensión… ¿Qué pasó? Nada, sólo que don Manuel fue enterado de la infidelidad de su amante. Alguien del servicio de la casa se lo dijo. Sé que hasta se enfermó del coraje. Pero donde manda presidente…”

“No gobierna banquero”, fue la frase que se escuchó sin haberla pronunciado.

Y en efecto, los banqueros no gobernaban pero cuánto daño causaron.

Meses más tarde de aquella coincidencia de aromas de poder y feromonas, ocurrió la tragedia financiera nacional más espectacular del siglo pasado, el xx.

Ya lo sabe usted: entre los principales protagonistas estuvieron José López Portillo y Manuel Espinosa Yglesias.

Uno como presidente y el otro como líder moral de los banqueros mexicanos.

“Apuéstenle al dólar”, debe haber dicho el poblano a sus apasionados seguidores, adversarios a ultranza del poder político.

Éstos, entusiasmados y solidarios, le apostaron hasta secar las arcas de la nación.

Y el caos se metió a los hogares de México, desbarajuste económico cuyas consecuencias trascendieron hasta la generación del nuevo milenio.

El héroe financiero
Don Manuel había robado unas horas a su trabajo de banquero para visitar a los poblanos ricos.

Los reunió en el salón de un hotel con la intención de conminarlos a ser benefactores de la Universidad de las Américas.

En el intercambio de ideas, sesión que se llevó a cabo con micrófono abierto, se me ocurrió preguntarle si estaba de acuerdo con la fuga de dólares que desestabilizaba la economía del país.

“¿Usted qué haría si el gobierno pone en peligro el patrimonio de sus hijos?”, me respondió.

Los aplausos del medio millar de empresarios aplastaron la posibilidad de la contrarréplica. Me quedé con las ganas de aprovechar lo que él mismo me había dicho horas antes en el Centro Mexicano Libanés, cuando contestó a mi pregunta sobre el porqué no tenía poblanos como socios: “Mis paisanos —soltó sin miramientos—, son timoratos y miedosos. Si alguno fuera mi socio y se enterara que en un día perdimos varios millones de pesos, en ese momento le da el infarto. Por eso no los involucro en mis negocios, ni siquiera como socios minoritarios.”

La pregunta obedeció a una de sus respuestas que parecía confidencia: “Yo no eludo al fisco; me asocio con él.”

Genio y figura
Jolopo, como le pusieron al culto y apasionado presidente, respondió a ésa y a otras actitudes financieras con la estatización de la banca.

Medio paró la fuga de dólares y persiguió a quienes especularon con el dinero de los cuenta habientes.

Después se supo de los dispendios personales de algunos banqueros cuyos lujos eran pagados por sus instituciones, o sea por sus clientes: coches, servidumbre, choferes, guaruras, cubiertos de oro, cavas con los vinos más caros del mundo, en fin, los excesos que permite el dinero…

La guerra empezó y el aparato del Estado la emprendió contra el poder económico real, contante y sonante.

Al final salió perdiendo México y también el pueblo.

Claro que hubo uno que otro banquero que tuvo pérdidas sí, pero fue un dinero que sumado equivale a un pelo del gato siamés que acariciaban sus hijos... o sus amantes.

Sin habérselo propuesto, nacieron nuevos banqueros para validar aquello de que cualquier pendejo podría serlo. Sólo tuvieron que demostrar que poseían o representaban 20 millones de dólares… en vez de 20 años de experiencia, cuando menos.

La prueba contundente e irrebatible: Fobaproa, el fondo autorizado por los diputados que el tiempo y las oportunidades convirtieron en críticos del Sistema político-económico que encubrieron..

La sociedad pagó y sigue pagando los amores furtivos y los celos enfermizos de los Pepes y los Manolos afectados por el perfume de las feromonas revuelto con el olor de un dinero aderezado con la pestilencia del poder.

¿Qué hacer?, me he preguntado muchas veces.

Por el momento no hay respuesta.

Lo único que se me ocurre es que deberíamos seguir la receta de los abuelos y buscar alguna estrategia consistente en convencer a los políticos para que ingieran fuertes dosis de anti andrógenos.

No sé si daría resultado, empero, estoy convencido de que ésa sería la única forma de quitarnos de la cabeza el deseo de caparlos…

*Esta historia es parte de mi libro Confidencias del poder, próximo a publicarse