jueves, 28 de enero de 2016

El espejo del góber


Es extraña la ligereza con que los malvados
creen que todo les saldrá bien.
Víctor Hugo

Por Alejandro C. Manjarrez
Cinco años en el cargo y Rafael Moreno Valle sigue sin entender la importancia de la prensa libre, plural e independiente. Continua expuesto ante quienes —parafraseo a Karl Popper— ejercen su derecho de no tolerar a los intolerantes. ¿La razón? Sólo él sabe lo que pasa allá en su “íntima intimidad” donde, quizá, subyace su justificación a lo injustificable.
Vaya que el tema es complejo, tanto que debería despertar el interés de algún especialista en conducta humana afecto a hurgar entre, valga la metáfora, lo cerdoso de las rastras que ocultan el descuido del espíritu.
En fin…
Ya sabemos que Rafael es un político distinto a la mayor parte de los últimos nueve mandatarios estatales, aunque tal vez tenga un poco de todos. Sin embargo, ninguno de ellos se hubiese atrevido a decir que el actual sigue su ejemplo de gobernante. ¿O sí? Bueno, usted lector decídalo después de leer los siguientes trazos de algunos perfiles:
Alfredo Toxqui Fernández de Laraestableció una buena relación con la sociedad incluida la prensa local. Lo hizo, creo, para orientarse, informarse y eludir los errores que habían tumbado del cargo a los dos colegas doctores que le antecedieron en el gobierno: Rafael Moreno Valle y Gonzalo Bautista O’Farril, mismos que le dejaron una entidad socialmente alterada. Su actitud, honestidad y cultura permitió a la prensa involucrarse con el trabajo de aquel gobierno empeñado en fortalecer la estabilidad social e impulsar el desarrollo cultural y económico de Puebla. Al final del régimen, los empresarios —al principio sus enemigos— dijeron que Toxqui era el mejor mandatario con el que habían dialogado.
Guillermo Jiménez Morales robusteció la buena relación con la prensa. Sedujo a los empresarios confiándoles el manejo de las compras y contratos generados por su administración. Así pudo convivir en paz con los grupos conflictivos y, por ende, con los periodistas acostumbrados a replicar lo dicho por el sector patronal, principalmente. Muchas de las líneas ágata publicadas fueron insuficientes para traducir sus retruécanos y excesos verbales. “El gobernador siempre nos convence —declaró algún dirigente patronal— pero nunca le entendemos lo que quiso decirnos”.
Sin saber que años después surgiría alguien que trataría de emularlo, Mariano Piña Olaya inició su gobierno haciendo distingos y menospreciando al periodismo local. Esto permitió a Alberto Jiménez Morales —su asesor, operador político e intermediario digamos que financiero— intentar establecer controles que moderaran al periodismo que por aquellos días empezaba a manifestarse con la esencia crítica (o antigobiernista y contra el PRI), en esa época impartida en las aulas de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.
Llegó al gobierno Manuel Bartlett Díaz y el periodismo repuntó a pesar de que la cultura y estilo político del gobernante provenían de mandatos federales, represores unos y otros  antagónicos del periodismo libre: Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas, ni más ni menos. Según mi apreciación, el inesperado cambio se debió a las aspiraciones de Bartlett, entre ellas la obtención de la primera magistratura de la nación. Necesitaba quitarse los sambenitos que le endilgaron, ganó o heredó. De ahí que escuchara, discutiera, entendiera y corrigiera lo corregible. Y por ello, supongo, hubo diálogo entre prensa y poder. Pero también se dieron las disputas que produce la ideologización del periodismo y del poder. Fue pues un sexenio digamos que interesante y formativo para ambos bandos.
Melquiades Morales Flores es otro cantar: su apertura con la prensa lo convirtió en víctima del chacaleo y las entrevistas banqueteras. Conocía a todos… y todos lo conocían. Sin habérselo propuesto daba la nota del día. Lo salvó su carácter y buena fe, a pesar de que su relación o manejo con la prensa no encajara con la excelencia política y profesional que exigían los nuevos tiempos.
Mario Plutarco Marín Torres, mejor conocido como el “Precioso”, pintó su raya desde el primer día de su gobierno. Quiso recuperar lo que José López Portillo estableció como condición y, palabras más palabras menos, le soltó a los dueños de los medios de comunicación, que la propaganda del gobierno (léase convenios) sería para aquellos que no lo criticasen. Pero al fin político, Marín rectificó poco antes de que el mundo lo aplastara gracias a la grabación de su affaire con Lydia Cacho y Kamel Nacif. Pasado ese vendaval, Mario eludió las entrevistas porque —justificó su comunicador en turno— le pasó lo que a la mula azotada con los palos del arriero: se volvió arisco.
Regreso a Rafael Moreno Valle
Da la impresión de que Rafael porta el gen aquel que afecta a los enemigos de la prensa no controlada cuyos integrantes se niegan a reverenciar al “dueño” del poder. Es lo que lo diferencia de sus antecesores aunque, que conste, medio se parezca a Mariano Piña Olaya, el ex mandatario que implantó la heterodoxia gubernamental. Por ello, digo, es la antítesis de Alfredo Toxqui y de Guillermo Jiménez, ambos políticos con oficio. También es la cara opuesta de Melquiades Morales (su maestro) cuya cercanía con el pueblo le ayudó a opacar los antecedentes electoreros que le dieron fama en el mundo de los “mapaches”.
Dije líneas arriba que Moreno Valle insiste en menospreciar a la sociedad que gobierna. Por ello engendra, ordena o suelta cosas sin reparar en que él hace lo mismo. Vaya un ejemplo para confirmar mi aserto:
Marcelo García Almaguer (su brother y por ahora delegado del PAN) salió a dar nalgadas mediáticas al ingeniero Alberto Jiménez Merino acusándolo de "usar el dinero público" para promover su aspiración política. Es obvio que Rafael lo animó pensando en que los poblanos (y los priistas en especial) siguen ajenos o indiferentes a su apabullante auto promoción, propaganda que ha estado a cargo, diseñada o bajo la supervisión de Marcelo, su amigo y cómplice en el proyecto 2018.
Un espejo como colofón
Con el apunte a vuelapluma trato de mostrarle al lector que ninguno de los antecesores de Rafael Moreno Valle Rosas, utilizó el poder y el dinero público para cultivar su imagen pensando en la postulación presidencial.
Antes de los gobernadores mencionados, hubo un general y mandatario de Puebla que intentó suceder a su hermano. Me refiero a Maximino y a Manuel Ávila Camacho, a la sazón presidente de México.
La diferencia entre aquellos años del poder absoluto (el que corrompe absolutamente, diría Maquiavelo) y los días que corren, es que entonces los críticos del gobernador eran enviados a otra dimensión, mientras que hoy simplemente son sentenciados a la muerte civil, actitud que podría ser un mal reflejo del espejo de la historia, el negro de Tezcatlipoca.
@replicaalex


sábado, 23 de enero de 2016

Las “cavernas” de Puebla


La grandeza de un hombre está en saber
reconocer su propia pequeñez.
Blaise Pascal

Por Alejandro C. Manjarrez
Imagínese el lector al obispo Manuel Fernández de Santa Cruz caminando por alguno de los túneles recién descubiertos con la intención de visitar a dos que tres de las monjas del Convento del Carmen, alguna de ellas amiga de sor Juana Inés de la Cruz. O a Juan de Palafox y Mendoza molesto por el uso heterodoxo que la jerarquía de entonces daba a los pasadizos secretos.  O a cualquiera de los curas ocultándose entre sus sombras con la intención de escapar a las curiosas miradas de los recelosos feligreses. O a los sacerdotes de la Santa Inquisición transitando por ellos con la intención de sorprender a fray Miguel de Guevara, el hermano que atrajo la sospecha de aquel absurdo organismo clerical. O las ganas de romper el pacto de confidencialidad “firmado” por los alarifes poblanos que formaron parte del equipo constructor de los húmedos pasadizos. O la cara del malandrín que se disfrazó de cura y alguien le mostró la entrada a la galería de bóvedas de medio punto. O la satisfacción del poeta que usó uno de ellos para, sin ser visto, acudir al templo donde lo esperaba la esposa de un prominente médico angelopolitano. O la emoción que sintió Porfirio Díaz cuando escabulléndose entre los pasadizos pudo escapar al asedio del ejército francés. Ubíquese, pues, en esos espacios, a veces con el tufo del azufre y en ocasiones despidiendo el olor del miedo que producen las sombras entreveradas con la humedad y la soledad…
Bueno, pues resulta que esas construcciones subterráneas sirvieron a varios de los poblanos importantes habitantes de Puebla durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Uno de ellos el obispo “amigo” de sor Juana Inés de la Cruz, la poetisa presionada por él para escribir sobre y criticar al arzobispo Aguiar y Seixas, jerarca enemigo de las mujeres (“Dios me hizo corto de vista —dijo el a la sazón jefe de la Iglesia mexicana— para no ver a los seres que representan el pecado”). Otros fueron los jefes de la Santa Inquisición empeñados en atrapar a los poblanos supuestamente pecadores, entre ellos el fraile Miguel de Guevara, autor de un soneto “irreverente” porque —señalaron con su dedo flamígero y gritos estentóreos— eran ideas que menospreciaban la recompensa divina (“No me mueve, mi Dios, para quererte/ el cielo que me tienes prometido…”) Supongo que también los usó el malandrín Martín Villavicencio Salazar, mejor conocido como Martín Garatuza, sobrenombre que Vicente Riva Palacio Guerrero usó para titular una de sus extraordinarias novelas: en la vida real, el personaje novelado tenía la habilidad de escapar sin ser visto. Por ello pudo desaparecer para librarse de la sentencia decretada por el Santo Oficio. Vaya hasta el enamorado e influyente poeta Gutierre de Cetina debe haber usado una de las oquedades para, a hurtadillas, visitar a doña Leonor de Osma, esposa del importante médico de la época, mujer que inspiró su madrigal: “Ojos claros,  serenos/ si de un dulce mirar sois alabados,/ ¿por qué si me miráis, miráis airados?”
Eso y un poco más se respira en los subterráneos que cruzan Puebla, una ciudad llena de leyendas y sorpresas; por ejemplo: la de los ángeles trepados en las columnas que rodean la catedral, sitial desde el cual los míticos seres vigilan que los seres maléficos no rompan las losas de piedra colocadas sobre el subsuelo donde, a fuerza de oraciones, rezos, maitines y fe en el poder divino, fueron metidas las diversas representaciones del malévolo chamuco.
De ello platicamos Sergio Vergara Berdejo y el que esto escribe. Ocurrió hace más de dos décadas,  días en que el hoy gerente del Centro Histórico de Puebla manifestó su idea de hurgar en las entrañas de la traza urbana. Algo sabía. Además estaba impresionado por las historias de los abuelos y desde luego impulsado por sus conocimientos sobre la arquitectura que relacionó con los antecedentes y las tradiciones de Puebla. Hizo propuestas para rescatar esa obra pero no le hicieron caso hasta que décadas después coincidió con otro poblano también “contaminado” por los misterios de la ciudad, el municipio que hoy gobierna gracias a los, debo decirlo, a veces incomprensibles designios del poder absoluto; el poder que Juan de Palafox criticó porque no le contenía la razón, rompía los términos del derecho, asaltaba las leyes, pisaba, atropellaba y humillaba a los otros poderes; el mismo que —así lo dicta el tiempo que nada perdona, algo que vislumbró el obispo poblano y virrey de Nueva España— “es pisado y atropellado de su misma miseria y poder…”
Ahí está, pues, la obra enterrada que, cual presagio, ha perdurado como si la intención de sus edificadores hubiese sido mostrar lo efímero de las hoy modernas construcciones, fierros y concreto combinado en algo que parece una especie de minimalismo exacerbado por la megalomanía producto del delirio de grandeza.
@replicaalex



domingo, 17 de enero de 2016

Moreno Valle, genio y figura



El periodismo es libre o es una farsa.
Rodolfo Walsh

Desde su primer día de gobierno, Rafael Moreno Valle Rosas mostró su interés para cambiar lo que él pudo haber visto como el estereotipo rústico de la provincia mexicana. De ahí su interés por maquillar y vestir de lujo a la capital del estado dotándola de una obra pública moderna, cara y digamos que vanguardista. Lo malo es que la inversión resultó contrastante con la pobreza en Puebla.
El empeño morenovallista incluyó la privatización de las carreteras y el usufructo de los bienes públicos. Rebasó las expectativas de los sorprendidos gobernados y sacó de su modorra a los celosos vigilantes de nuestro patrimonio histórico. Unos asombrados por la rapidez y urgencia en construir lo que habría de servir como símbolo arquitectónico de los 150 años de la Batalla de Puebla, por ejemplo. Y los otros indignados debido a que jamás fueron tomadas en cuenta sus opiniones a priori y posteriori, dictámenes relativos a la conservación de la herencia histórica que, entre otros galardones, dio a Puebla el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. El choque frontal del poder concentrado en un gobernante voluntarioso, contra la opinión pública opuesta a la manipulación mediática que acostumbra el gobierno, el que sea.
La prensa también formó parte de esos desacuerdos o contradicciones. Primero la consideró pastoril, pueblerina y por ende estorbosa, rebasada e inservible: no encajó con el “alto perfil” político y social que se arrogó. Y segundo le resultó incómoda y molesta en virtud de su apertura y libertad para actuar, al principio obligada por el trato a veces ofensivo y después entusiasmada por haber “descubierto” el papel crítico que exigen los lectores. Podríamos decir, valga la alegoría, que Moreno Valle se transformó en algo parecido al doctor Frankestein ya que formó la criatura que se rebeló contra él, su “creador”.
Así pensó la mayoría de los trabajadores de los medios de comunicación escrita y también de los electrónicos cuyos propietarios, según trascendió, aceptaron limitar la libertad de expresión de sus comunicadores y periodistas, condición sine qua non para firmar los llamados convenios de publicidad.
En fin…
Cuando escribí lo que acaba de leer lo hice pensando en que el tiempo haría recapacitar al gobernante. Me equivoqué. Los errores o caprichos fueron y, creo, serán recurrentes dado que su visión sobre los gobernados sigue siendo la misma que cuando los ubicó en el peor nivel de sus peregrinas apreciaciones. Uno de sus cercanísimos colaboradores, mismo que cayó de su gracia debido a un desaguizado sentimental, me manifestó su preocupación por el futuro de Puebla: “Rafa nos ve como si todavía usáramos taparrabos”, dijo el hoy ex amigo del gobernante.
Lo que nunca imaginé es que el empeñoso buscador de poder llegara a ubicarse ante la disyuntiva nada agradable para él dado que ahora su futuro depende del presidencialismo forjado en la fragua priista. Me refiero al sistema que gobierna y ha demostrado repudiar a los traidores (Moreno Valle lo es), a quienes suele cobrarles su felonía valiéndose de la ley (Elba Esther Gordillo, por cierto impulsora de Rafael, encabeza la lista de recipiendarios de semejante revancha). Veamos:
De todos modos Juan te llamas
El proceso sucesorio parece traer malos presagios para el mandatario camotero de cuyas habilidades y control electoral depende que gane su candidato y, por ende, que pierda el PRI.
Eso que parecería un avance en su proyecto presidencial, podría ser su desgracia debido a que los priistas en el poder le aplicarían la ley en su sentido más draconiano, hurgándole en los intríngulis del gasto público y, en especial, en la deuda que ha contratado, pasivo que no dejará de serlo a pesar de las maromas financieras que llevan su marca.
Y si pierde, la derrota lo exhibiría como un político fracasado ya que se iría al caño todo su esfuerzo, el cual incluye la manipulación de las normas electorales, los excesos en el manejo de su imagen y desde luego el dispendio cuya regla ha sido beneficiar a los fuereños habiltados como contratistas del gobierno poblano.
Auméntele lo peor para él, que es el descontento que sembró en miles de poblanos: lo ven como enemigo de los pobres, represor de líderes sociales, adversario de los burócratas, manipulador de la política local, corruptor de las ideologías, amigo y promotor de los hombres de la riqueza producto del capitalismo de cuates, comerciante del poder político, megalómano y presumido. Una versión “honesta” de Humberto Moreira, pero sin un hermano que lo suceda.
¿Cambiará? No lo creo. Sin embargo, sin duda hará el esfuerzo por adoptar la máscara esa que nunca pudo ponerse Gustavo Díaz Ordaz. Genio y figura...
@replicaalex

Nota al calce: me ausenté de este espacio debido al mal que me ubicó en el umbral de la muerte. La libré gracias a la energía y oraciones de mi familia. Así que por aquí me tendrán por varios años más, si Dios lo permite.

lunes, 11 de enero de 2016

El Estado soy yo*



Como para medirle el agua a los camotes del 2016,
.año electoral y definitorio para el gobernador que padecemos

Por Alejandro C. Manjarrez
Ya lo sabe el lector pero no sobra repetirlo: la frase del subtítulo (L'État, c'est moi) se le endilgó a Luis xiv, monarca de Francia, también conocido como el “Rey Sol”, autoría que la costumbre convirtió en verdad no obstante que dichas palabras se las atribuyeron sus enemigos para aseguran los exegetas dedicados a estudiar la época “resaltar su visión estereotipada del absolutismo político que representaba”. Lo que sí dijo el tal Luis fue: “Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá”, palabras pronunciadas por él poco antes de morir, mensaje-lección que los gobernantes de seis años deberían incluir en su propio decálogo.
Esta sobria y hasta atrevida síntesis de la personalidad monárquica que forjó Mazarino, maestro y protector de Luis desde que éste cumplió cuatro años de edad hasta que se le entronizó, el mismo que le inculcara el sentido de la realeza y la necesidad de anticiparse a la manipulación enseñándole los secretos en el “arte” de utilizar a los nobles antes de que éstos lo manipularan, me resulta adecuada para especificar el talante de Rafael Moreno Valle Rosas, estilo empleado en el ejercicio del poder.
Su educación familiar y preparación profesional hicieron de Rafael un hombre hábil y seductor así como un político consciente de que para llegar a su objetivo (la obtención del poder) tendría que ejercer sobre los demás un control basado en la persuasión primero, y después en el dominio absolutista, precisamente. Logrado esto, lo demás habría de llegar tal y como lo concibió. Así se lo enseñaron en las aulas profesionales, preparación que incluyó los secretos del liderazgo público y las distintas variables para enfrentar con éxito los contratiempos comunes en la lucha política (plan b, método c y fórmula d). Para ello se valió de su talento y también del apoyo adicional de Luis Maldonado Venegas, el político veracruzano (igual variopinto), uno de los personajes del grupo cercano al gobernante, en este caso el que los demás morenovallistas consideraron como un ser iluminado.
Con esa panoplia de alternativas arribó al gobierno poblano después de redundo aplicar el plan b. Empero, surgieron los imponderables y se alebrestaron los ciudadanos que durante décadas simularon ser manipulables. La nota discordante (la primera) estuvo a cargo de los profesionales sin vínculos políticos como los antropólogos, sociólogos, historiadores y contratistas, por citar a cuatro de las actividades relacionadas con la historia y la conservación del patrimonio cultural. También ocurrió en el sector de los trabajadores de su gobierno que sufrieron los recortes salariales y la marginación laboral. Y el tercer grupo lo conformó la burocracia desplazada por el personal traído de entidades lejanas y del Distrito Federal.
Esa pérdida de empleos y en consecuencia del poder adquisitivo local o burocrático, produjeron el rechazo justificado al gobernante, repulsa a la cual se fueron adicionando otros poblanos, incluidos los que habían votado por él, o mejor dicho en contra de Mario Marín y la “burbuja” cuya riqueza, debo repetirlo, fue presumida como si fuese algo “justificable” (los marinistas dijeron que nunca existió la corrupción, quizá porque confiaron en sus “habilidades financieras”). Se transformaron en los nuevos ricos remedo de George Soros quien, valga la acotación, hizo su fortuna influenciado por el filósofo Karl Popper, promotor de las sociedades abiertas cuyas habilidades y visión, además de su fondo internacional de inversiones, le permitieron acumular un gran capital.
Es importante aclarar que algunas de las reacciones apuntadas no aparecieron en los sondeos para calificar el trabajo del gobernador, encuestas que por su tendencia oficialista ocultaron el rechazo natural a la corrupción imperante.
La mecha corta
Gracias a su poder de seducción y a los panegiristas contratados y convencidos ya se verá después, Rafael logró atemperar el efecto de los errores atribuibles a su carácter explosivo. Uno de ellos ocurrió al inicio del sexenio, el día en que públicamente soltó molesto con un tono que pareció amenaza para quienes manifestaron su rechazo a las obras públicas que aseguraron enfáticos aquellos opositores atentaban contra el patrimonio histórico: “¡Se equivocaron de gobernador!”, les espetó.
Si le echamos un vistazo a la historia encontraremos que esas explosiones verbales contrastan con las maneras supuestamente carismáticas de otros gobernadores igual de impetuosos. Me remonto a la historia y ejemplifico con Mucio P. Martínez, cuya actitud y personalidad nos las muestra Atenedoro Gámez, el historiador que escribió lo siguiente en su libro sobre la Revolución en Puebla[1]:
Don Mucio, los hijos de don Mucio, el Manco Mirus, Joaquín Pita, los hijos de Pita, Miguel Cabrera, Chucho García; Popoca, Machorro, Lezama, Márquez, Córdoba. Nombres todos que se pronunciaban con temblores de voz y crispamiento nervioso; que se escuchaban con secreto pavor esperando siempre, tras el nombre, el relato de una arbitrariedad, de un atropello, de un crimen, de una villanía, de una infamia. El estado tenía un mundo criminal de donde extraer cada mañana sus noticias truculentas. Pero en ese mundo cenagoso no había nombres que aprender, ni actores ocasionales. Siempre eran los mismos: don Mucio o cualquiera de sus allegados o parientes; es decir, don Mucio, cuando no por culpa propia y directa, por el delito civil y canónico de omisión.
El “ligero parecido” desde luego incruento de Rafael iii con Mucio, se exacerbó por una causa que resulta absurda para estos tiempos de intensa y expedita comunicación: el pretendido control de la información mediante el añejo recurso de eliminar periódicos porque resultan incómodos, o debido a que reitero la prensa fue considerada “pueblerina, rústica, estorbosa e inservible”; la “chusma” cuya presencia podría haber alterado el exquisito entorno aristocrático de la Puebla rafaeliana.
Semejante actitud dio vuelo al rumor que es común tanto en Puebla como en cualquier estado de la república mexicana. Y mire el lector lo que al respecto escribió el mismo Atenedoro Gámez (Op. Cit), palabras que siguen vigentes y podrían funcionar como la famosísima alerta amarilla o naranja que acompaña al intenso y mediáticamente bien aprovechado proceso fumarólico del volcán Popocatépetl:
En la vida colectiva social el rumor es por sí solo una verdad probada, aun cuando tenga por origen la mentira. El rumor, de boca en boca se exagera, se enriquece con los comentarios de todos; bordan en el rumor mil fantasías, las mil imaginaciones del espectador y propalador multiforme, y esos rumores cabalgan en el tiempo hasta llegar al plano, no siempre plano, de la verdad sacramental colectiva que es, a la postre, la verdad histórica.
Con base en esos rumores, Gámez plasmó en los siguientes párrafos lo que dicho esto sin temor a exagerar define y precisa la personalidad de los políticos que olvidan tanto la época que vivimos y el efecto de la comunicación instantánea, para ellos segura e indefectiblemente terrible; los mismos que menosprecian a quienes les llevaron al cargo, o sea el poder público que, abundo, dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste que establece la Constitución tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno:
En Puebla era verdad desde el 1900 y artículo de fe en 1909, que tras la brillante y al parecer austera figura del general Mucio P. Martínez se ocultaba un espíritu inmisericorde, caprichoso, tiránico para mandar y cruel para cuando no se plegaran a sus mandatos. Nombraba jefes políticos a los individuos más despóticos y atrabiliarios. Se rodeaba de los tipos menos escrupulosos para cuanto no fuera obedecerle. Acaparaba la riqueza pública. Hacía suya la privada, si ésta despertaba su codicia. Protegía en su provecho la prostitución. Violaba los hogares cuando le venía en gana, si no con fines de lucro o de venganza, movido por instintos vesánicos.
Mucio Martínez era un hombre respetado por muy pocos, odiado por muchos, temido por todos. Temor y odio nacidos de ese rumor vox populi que le atribuía cuanto atropello llegaba al conocimiento de las masas. Si fue don Mucio merecedor de ese odio ante su propia conciencia, solamente él pudo saberlo; ante la vindicta pública sí fue culpable; porque no basta ser un hombre bueno cuando se rigen los destinos de la comunidad humana; es necesario serlo y cuidar que lo sean cuantos representan el poder público, cuantos estén vinculados por la sangre y por el puesto de gobernante; y, en buena ciencia de gobernar, como de vivir, debe recordarse que los hombres son juzgados por lo que son, en casos excepcionales, y que en el juicio popular se atiene a lo que parecen ser.
Acaso la vanidad y el orgullo del funcionario impidieron que éste se creyera obligado a dar razón de sus actos, negándole al pueblo el derecho de juzgarlos; error común en gente de espada y mandato y más común si lo último les viene por fueros de privilegio…
Lo que ocurrió con Mucio le ha pasado a varios gobernantes poblanos. La causa: su lejanía de la historia que, se ha dicho hasta el hartazgo, es el prólogo del porvenir. Cometen y seguramente cometerán errores parecidos a los que afectaron a otras personas en tiempos distintos y distantes. El más común: la desestima a los gobernados, disparate que algunos han tratado de esconder detrás de las palabras de un discurso ampuloso, la mayoría de las veces articulado con frases y conceptos repetidos igual que el perico corea lo que escucha de la voz humana; sin sustancia ni sentimiento. He aquí una de las muestras cuyo eco reverberó en la sede del poder Ejecutivo:
“Somos personas ordinarias que si nos unimos podremos hacer cosas extraordinarias”.
El mensaje de marras resulta una mala copia de la frase de Barack Obama; a saber: “Juntas, las personas corrientes pueden hacer cosas extraordinarias, porque no somos un conjunto de estados rojos y estados azules, somos los Estados Unidos de América” (primera campaña presidencial).
Ya que menciono a Barack Obama, debo agregar que este político contrató como su ghost writer a Jon Favreau, alias “El poeta”. Y que los dos redactaron varios de los discursos de la campaña del primero, mensajes elaborados con cierto contenido literario, práctica que me lleva a compartir con el lector otro de los conceptos del escritor Jorge Volpi, el que resume espléndidamente lo escrito: leer cuentos y novelas “nos hace por fuerza mejores personas” (libro citado). Es obvio que tanto Barack como Jon son buenos lectores.
Por lo que hemos visto durante varias décadas (y además comprobado gracias a la verborrea oficial), la mayor parte de los políticos son ajenos a la literatura. Sus lecturas se constriñen a libros utilitarios de los cuales abrevan desde las estrategias políticas que utilizan, hasta la forma de actuar y presentarse ante sus gobernados. Un par de esos libros, quizá los más socorridos y también vendidos en los aparadores, son El arte de la guerra y Las 48 leyes del poder, ambos con el contenido de maña y maldad que permitió a los hombres del pasado remoto dominar a las sociedades que los soportaron, ya sea por temor a perder la vida, o bien esperanzados en las promesas de la existencia ultra terrenal que les compensaría su sufrido paso por el mundo.
Si nuestros políticos no leen tal vez sea por falta de tiempo. Unos, los menos, debido a que dependiendo de cada cual dedican su jornada laboral a combatir o promover la corrupción en sus diversas manifestaciones, mientras que otros, los más, la fomentan o disfrazan valiéndose de sus asesores financieros. El vínculo que une a los dos bandos es la idea de demostrar que ellos son los únicos capaces de resolver los graves problemas sociales de su estado o país, según el tamaño del sapo…
Dónde quedaron los lectores
De nuevo disgrego pero ahora para traer a cuento la problemática que enfrenta México, país donde sus gobernantes se preocupan más por la futura elección que por preparar el terreno a las próximas generaciones (paráfrasis ésta de la frase de Winston Churchill). Se trata de una dinámica que roba tiempo a la lectura y, en consecuencia, que le quita efectividad al ejercicio de gobierno, sobre todo si el mandatario le alza pelo a los libros.
Hace tres lustros Gabriel Zaid escribió (Los demasiados libros, Ed. Océano, México, 1966[2]) que no estaba de acuerdo en que el futuro de los libros era negro, ni que la televisión acabaría con los lectores, ni que el disco compacto resultaba más práctico e ilustrativo y que robaba su espacio a la palabra escrita. Su argumento se basó en que cada día nos volvemos más ignorantes debido al ritmo de la publicación de libros: “La humanidad dijo publica un libro cada medio minuto. Suponiendo un precio medio de 15 dólares y un grueso medio de dos centímetros, harían falta 15 millones de dólares y 20 kilómetros de anaqueles para la ampliación anual de las bibliotecas”. El investigador agregó que los libros se propagan a tal velocidad que cada día nos volvemos más incultos: si leyéramos un libro diario concluyó, estaríamos dejando de leer mil publicados el mismo día. Los libros no leídos aumentarían 4 mil veces más que los libros leídos, y la incultura 4 mil veces más que la cultura. (Esta relación aritmética adquirió el rango exponencial gracias a la Internet y sus aplicaciones.)
Lo anterior me lleva a concluir que si los gobernantes leyeran cuando menos un libro cada mes (sobre la historia de México, obvio), no se harían más cultos pero sabrían cómo gobernar para trascender sin necesidad de aplicar parte del presupuesto a la promoción de su imagen personal para, deliberadamente, posicionarse como alternativa electoral en la lucha por el gobierno de la República. No tendrían por qué repetir el esquema gringo y menos aun el que le endosan a Enrique Peña Nieto. Tampoco exponerse al alto riesgo que significa ignorar la influencia de las redes sociales. Por ello, subrayo, después del 2012 hacer uso del poder de la televisión comercial para promoverse con intenciones presidenciales, equivale a lanzar una especie de bumerán que regresará para estrellarse en la cara con las consecuencias y resonancia mediática que ocasiona ese tipo de impactos. El ramalazo sería terrible, demoledor.
Quedamos pues en que aquel que ignora la historia está condenado a repetirla, conseja recurrente que debería convocar a los políticos para que hurguen en ella y no cometan las mismas tarugadas que protagonizaron otros personajes, olvidados o no. La frase se le atribuye a Napoleón Bonaparte, cuyos fracasos, paradójicamente, fueron ocasionados porque el tipo no tuvo a bien enterarse de los antecedentes de Rusia, el país que pretendía conquistar. Ignoró su historia y su proyecto expansionista se congeló, literalmente..
A contrapelo
En México abundan los políticos neoliberales fanáticos del libre mercado. Privilegian el sistema capitalista aun en perjuicio de las necesidades sociales. Rechazan la idea de que la política opera como la fuerza motriz del gran carricoche que para esta analogía representa la práctica de la “sociedad abierta” (Popper, dixit). Por ello se empeñan en poner los caballos detrás de la carreta…
¿Qué pasa cuando el deseo se convierte en obsesión?
Tan difícil es responder esta pregunta como riesgoso sería predecir el destino de los políticos. Más aún si como lo acostumbra Rafael iiimanejan a su arbitrio el dinero que ingresa a las arcas del gobierno. ¿Cuánto?
En el caso de Puebla, si mal nos va, los ingresos de seis años (2011-2017) sumarían alrededor de 400 mil millones de pesos. He dicho a su arbitrio porque como ocurre en otros estados la mayoría de diputados del Congreso local poblano piensa, actúa y vota los presupuestos de egresos de acuerdo con las órdenes del mandatario. Debido a ese tipo de sometimientos del poder Legislativo al Ejecutivo, cuyo titular en muchos casos designa o palomea a quienes habrán de ser legisladores, ocurrieron los brutales endeudamientos de las entidades donde su gobernante bursatilizó las participaciones y los impuestos a sabiendas de que hipotecaría el futuro de los ciudadanos, en algunos casos por varias generaciones. Todo ello para obtener la liquidez que exige el crecimiento incontrolable de las necesidades del pueblo, fenómeno producido por el “capitalismo de cuates”. Bueno, también porque detrás de esas acciones financieras existen otras razones si partimos de que en varios casos la bursatilización ocurrió antes de los procesos electorales donde grandes cantidades de dinero fueron repartidas para beneficiar al candidato, digamos que oficial.
De esto último existen referencias en miles de líneas ágata y cientos de miles de minutos de radio y televisión. E incluso la información que exhibió el gobierno obligado por las presiones de ciudadanos que exigieron se transparentara las deudas públicas de los estados…

*Parte de mi libro La Puebla variopinta, conspiración de poder



[1] Gámez, Atenedoro. Op. Cit

[2] Zaid, Gabriel. Los demasiados libros. Ed. Océano, México, 1966