miércoles, 14 de diciembre de 2016

Puebla, la historia de la vergüenza



La democracia es una creencia patética en la
sabiduría colectiva de la ignorancia individual.
Henry-Louis Mencken

Dado que en los partidos la corrupción ya forma parte de las “franquicias políticas”, me auto plagio y repito algunas de las opiniones de investigadores que abordan ese mal a partir de la ciencia (ontología) que profundiza sobre los procesos mentales[1]:
Para Yves Mény, la sofisticación de las actividades corruptas tiende a convertir la corrupción en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Michel Johnston, también especialista sobre el tema, dice que ese cáncer social puede y debe ser tratado como el mal endémico que padece la sociedad. Arnold J. Heidenheimer, topógrafo de semejante costumbre, asegura que la presencia de la corrupción en los países europeos ha provocado presiones de todo tipo, algunas destinadas a tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos.
Donatella della Porta, otro experto del fenómeno cuya antigüedad rivaliza con el origen del meretricio, comenta que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus clases políticas.
Susan Rose-Ackerman aborda la misma cuestión ubicándose en los “altos estamentos”: sus estudios establecen que la corrupción en esos niveles, se traduce en grandes cantidades de dinero e involucra a empresas multinacionales que son las que suelen pagar los sobornos y las comisiones ilegales más espectaculares: Walmart, el ejemplo más reciente, dato que Andrés Oppenheimer no incluyó en su libro Ojos vendados, donde el periodista argentino muestra cómo funciona la corrupción en el comercio transnacional.
Esta cascada de reflexiones sobre la trama más escabrosa de México y del mundo, obliga a rescatar de las redes sociales lo dicho por Pier Paolo Giglioni y Steven R. Reed para dar el tono de conclusión a estos párrafos, mensaje cuya contundencia debería hacernos meditar sobre lo ocurrido en Puebla: la corrupción política es el “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia”.
Parto pues de este pensamiento para lanzar a los cuatro vientos las siguientes preguntas:
¿La corrupción se manifestó en la democracia de Puebla? ¿Hubo un acuerdo para que ocurriera la alternancia del poder? ¿Existió algún pacto de impunidad entre Rafael Moreno Valle Rosas y Mario Marín Torres? ¿Se estableció la designación de “chivos expiatorios” que pudieran atemperar las presiones de la sociedad que exige al gobierno castigo para los corruptos cuya opulencia es la prueba fehaciente de sus delitos?
La única explicación que medio justifica el soslayo oficial a las contundentes respuestas afirmativas que surgen de las preguntas enunciadas, la encontré en la esencia de lo que revela la conocida anécdota que repito para que no se olvide:
Luis Cabrera Lobato increpó a un servidor público:
—Es usted un corrupto, un ratero —dijo el poblano en funciones de diputado federal.
— ¡Pruébelo! —respondió colérico el dizque ofendido funcionario.
— ¡Lo acuso de corrupto y de ratero, no de pendejo! —reviró el abogado.
Si partimos de que en nuestra época existen sofisticados controles y un bien organizado sistema de información que permite detectar los delitos en contra de la hacienda pública, así como diversas verificaciones operadas por varias dependencias (sat, Función Pública, contralorías, órganos de fiscalización, etc.), no tendría porqué seguir funcionando la máxima virreinal del “acátese pero no se cumpla”. Tampoco la juarista que para los amigos proponía justicia y gracia mientras que a los enemigos aplicaba la ley a secas. Menos aun la corrupción en el gobierno. Mantener vigente esos criterios (la omisión legal y el moche combinados con la gracia y la impunidad) equivale a verle la cara de pendejos a los gobernados. Y eso sí que es un atentado muy peligroso contra la sociedad que, hoy más que nunca, reclama y exige el cumplimiento y la aplicación de la ley a secas para todos, amigos o no del poder.
No hay duda:
La corrupción existe, ahí está; se ve y se siente; brota como la mala yerba. Sin embargo, como ocurrió en Puebla, la han omitido para —así lo sugirió el gobierno cuando la sociedad exigía la denuncia y consignación de Mario Marín (“presunto culpable”)—, garantizar la gobernabilidad y por ende la paz social. Y también para fortalecer el ejercicio del poder.
De ahí que sea válido agregar los siguientes cuestionamientos a las preguntas enunciadas:
¿Gobernabilidad es igual a usar la ley para controlar a la oposición? ¿Gobernabilidad equivale a cooptación de partidos políticos? ¿Gobernabilidad significa poner bridas a los líderes de opinión? ¿Gobernabilidad incluye manipular el concepto de democracia? ¿Gobernabilidad encarna el ejercicio del poder para controlar a los otros poderes? ¿Gobernabilidad infiere el manejo de los organismos electorales?
Maquiavelo respondería que sí. Pero dadas las condiciones de la información inmediata que corre por las redes sociales, perdió eficacia la herencia del florentino porque la sociedad ya no tolera la costumbre de darse baños de pureza con la porquería de los demás, aunque Jesús Reyes Heroles haya sugerido la necesidad de aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, decía, lavarse con agua sucia.

La corrupción institucional
Las primeras líneas de este segmento son, reitero, parte de libro La Puebla variopinta, conspiración del poder, reflexiones que me sirven para enmarcar los hechos electorales que el ejercicio del poder gubernamental poblano convirtió en el “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia”.
Durante décadas la sociedad criticó a los priistas por su forma de hacer política para conservar el poder. Señaló los actos de corrupción electoral entonces basados en robar urnas, alterar votaciones, hacer votar a los muertos, modificar resultados, preparar y operar carruseles, tamaladas y otras artimañas diseñadas para propiciar la derrota de los adversarios. Durante años fue Acción Nacional el partido más enfático en presentar denuncias contra los fraudes cometidos por el pri. Aquellas andanadas jurídico-mediáticas propiciaron la división interna del otrora partidazo. Nació así la Corriente Crítica que no sólo sacudiría la estructura gubernamental sino que de paso unió a las izquierdas diseminadas en las fracciones producto de los protagonismos “iluminados”. Fue cuando el sistema político mexicano parió al prd, organización que agrupó a los, a la sazón, llamados tránsfugas del tricolor; Cuauhtémoc Cárdenas, el más connotado.
La elección del 2000 cambió el rostro de aquel México declarado sede mundial de la dictadura perfecta mitigada por la corrupción. Diez años antes había nacido el ife acompañado con la esperanza de hacer del país una nación más democrática. Este organismo validó el proceso que convirtió en presidente a Felipe Calderón Hinojosa para avalar la intervención ilegal de la estructura electorera que en esos días manejaba la maestra Elba Esther Gordillo Morales. Un remedo exacerbado del grupo “Amigos de Fox” ya que en vez de dinero aportaron cientos de miles de votos a cambio de impunidad y algunos favores políticos, como fue el caso de la senaduría primero y después gubernatura de Rafael Moreno Valle, priista que a instancias de la Maestra se hizo panista, precisamente para ganar los cargos enunciados. Así nació un llamémosle liderazgo basado en el viejo dicho que reza: echa la ley, echa la trampa.
Durante el mandato de Rafael Moreno Valle se legislaron leyes tramposas articuladas con la intención de permitir el manejo autoritario de la administración pública: le dieron el control absoluto al mandatario. Lo mismo ocurrió con los procesos electorales que en la mayoría de los ayuntamientos ubicaron a personas afines al proyecto personal del gobernador, uno de ellos (José Antonio Gali Fayad) postulado después para dar continuidad al gobierno morenovallista. Se cambió la ley y se amplió el mandato de alcaldes y diputados (de tres años a cuatro años ocho meses) dizque con la intención de emparejar el proceso electoral poblano con las elecciones nacionales. La verdad es que con la estructura política basada en la participación de munícipes y legisladores afines, Moreno Valle pudo garantizar el blindaje que, de manera menos inteligente, también buscaron los gobernadores de Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo.
Puebla se convertía así en el ejemplo nacional de cómo deben alterarse los valores básicos de la democracia y qué tienen que hacer los gobernantes para corromper la política librándose de los efectos de la ley. Los dirigentes de los partidos de oposición se manejaron bajo la directriz del mandatario. El partido en el poder (el pan) puso en acción lo que años antes había denunciado y señalado con dedo flamígero. La enorme deuda pública se disfrazó con el ropaje burocrático confeccionado por los empleados del gobernador Moreno Valle, personal comisionado y constituido en mayoría del poder Legislativo. Esta misma “fuerza popular” designó (a instancias del gobernante, claro) al Fiscal General del Estado, función que recayó en el procurador de justicia del gobierno de Rafael Moreno Valle. El proceso electoral de Puebla (2016) dejó en calidad de liliputienses a los políticos del pri que en sus mejores tiempos los organizaron; me refiero a quienes inspiraron a Mario Vargas Llosa, promotor del concepto “dictadura perfecta“.
Estos ejemplos trazados a vuela pluma me permiten decir que en Puebla nació una nueva forma de corrupción. Esto gracias a que se combinaron la obsesión del mandatario, con la tecnología, el esquema financiero y las técnicas de empoderamiento que no reparan en la ética publica y menos aún en los propósitos expresados cuando el servidor público protesta cumplir con la Constitución y las leyes que de ella emanan. “Hecha la ley, hecha la trampa”, dijo el clásico. Con ello la entidad se afianzó como pionera, pues a base de golpes el poder forjó la historia, en este caso la historia de la vergüenza.
Lo trágico para México es que —como lo escribió el citado Yves Mény— la sofisticación de las actividades corruptas haya tendido a convertir la corrupción en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Pero por ventura, contra esa supuesta invisibilidad, observan y operan las redes sociales.
@replicaalex




[1] Publicado en mi libro: La Puebla variopinta, conspiración del poder, Ed. Cruman, enero 2015

jueves, 24 de noviembre de 2016

El escándalo hace más daño que el pecado*


(Las mil y un raterías)

La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada.
Gonzalo N. Santos

—Don Adolfo: esta concesión me la dio el presidente Miguel Alemán…
—Y el presidente Ruiz Cortines se la quita. Así que resígnese. Y además, por si ya lo olvidó o lo ignora, tome nota de que en México la influencia del presidente sólo dura seis años.
—Está bien señor. Se lo informaré al presidente.
— ¡El presidente soy yo, con una chingada! ¿¡Acaso no se ha dado cuenta!?

El poderoso coyote presidencial se retiró del despacho de don Adolfo con la cola entre las piernas. Parecía que el mundo le había caído encima pues a partir de ahí nunca más percibiría las comisiones que durante el sexenio alemanista ganó como intermediario para la venta del petróleo mexicano al extranjero. Estaba triste a pesar de haber acumulado cientos de millones de pesos después, claro, de repartir “utilidades” entre otros coyotes, los designados por Miguel Alemán o, cuando menos, palomeados por él.

Orgulloso y contento, don Adolfo comentó a sus asesores lo que acababa de hacer:

—Con la misma producción de barriles de petróleo, México ganará el quince por ciento más —les dijo con ánimo jarocho.
— ¿Cómo le hizo usted, señor Presidente? —preguntó el experto en el elogio a botepronto.
—Sólo eliminé al comisionista que ganaba mucho dinero —respondió complacido el titular del poder Ejecutivo.

Emocionado, otro de los asesores se atrevió a opinar:

— ¡Eso tiene que saberlo el pueblo de México!

El resto coincidió con la emotiva sugerencia. Y cada cual decidió verter su opinión sobre cómo debería ser la estrategia mediática para sacar provecho a la determinación presidencial. Ruiz Cortines los escuchó atento hasta que habló para cortarles la inspiración:

—Esperen, esperen… No coman ansias… Tranquilos amigos —les dijo. Valiéndose de su tono paternal, el “viejo” intentó calmar los ánimos reivindicatorios de sus subordinados.
—Con todo respeto Señor —insistió otro colaborador—: creo que es necesario que la opinión pública conozca los dislates burocráticos de su antecesor.

No faltó quien secundara la propuesta anterior agregando que la sociedad necesitaba noticias como esas para mejorar la percepción del pueblo hacia su gobierno.

—Ese tipo de información —adujo— es la que necesitamos, señor Presidente. Creo que todos estamos de acuerdo en cambiar la imagen que se tiene del Estado mexicano.
—Sí, ya sé que me ven viejo y jodido. Pero no importa porque conforme pase el tiempo me iré transformando en un tipo guapo y joven, bromeó don Adolfo.
—Señor, insisto, con todo respeto —dijo circunspecto el líder del grupo—: es necesario publicitar su determinación republicana. Recuerde usted que la propaganda positiva es lo que sostiene el prestigio del gobernante.

El resto se adicionó a la postura del coordinador del grupo. Y cada cual hizo el elogio a la actitud “patriótica” de Ruiz Cortines.

Durante varios minutos el fárrago rebotó en las paredes del despacho presidencial, hasta que Ruiz Cortines decidió elevar la voz para poner orden:

—¡Señores, silencio por favor! Ustedes deben saber que en México y en otros países (por no decir en el mundo), el escándalo hace más daño que el pecado. Así que moderen sus ánimos reivindicatorios y trabajen para que este viejo recupere su lozanía juvenil. Sería yo un pobre pendejo si dejo que me ahorquen mi mula de seises.

Los integrantes del staff presidencial se quedaron callados.

Estaban confundidos por el dicho de don Adolfo.

Uno de ellos, el más cercano, supuso que era broma, pero el resto lo consideró como una consigna.

Broma o consigna, las palabras mayores permearon. Y a partir de ese día se ocultó el pecado para evitar el escándalo.

Gracias a esa disciplina, la del disimulo, el comisionista petrolero cuyo nombre he omitido por ser pie de cría de muchos mexicanos millonarios —igual que otros de los beneficiarios del poder alemanista—, tuvo que conformarse con vivir del producto del dinero que había ganado gracias a la corrupción, capital que le sirvió para hacer otros negocios y adquirir el blindaje de la impunidad. México obtuvo así la “pujanza financiera” impuesta por los miembros de la escandalosa comalada de millonarios que produjo el gobierno anterior al de Ruiz Cortines.

La inercia
Siguió el proceso del desprestigio de la política mexicana, ahora “decorada” con deslices equiparables a los de antaño… y además llena de escándalos incrustados en la modernidad política y mediática.

La misma gata nada más que revolcada…

Las mismas faltas ahora agravadas por el escándalo.

Las mil y una raterías pues.

En una de mis conversaciones, Gilberto Bosques Saldivar me dijo que el mal que afecta al país había iniciado en la época del presidente Adolfo Ruiz Cortines, inercia de su antecesor Miguel Alemán Valdés. “Este último —sentenció— privilegió los intereses particulares olvidándose de las demandas sociales. En su gobierno pasaron a segundo término los postulados de la Revolución Mexicana”.

De mi libro: *Ls corrupción, herencia atroz (Confidencias del poder)


martes, 1 de noviembre de 2016

Muerte y resurrección de Carmen Serdán



Carmen Serdán estuvo muerta durante varias horas.

Tenía dieciséis años cuando conoció el inframundo y regresó a la vida. Ese día su madre la encontró tendida en la cama con el brazo izquierdo caído sobre el piso de duela. La vio plácida. Estaba excepcionalmente hermosa. Daba la impresión de haber entrado al sueño que por ser eterno se llama muerte. Tenía una insólita y acentuada hermosura en el rostro que proyectaba esperanza. De repente, sin saber la causa, la señora Alatriste supo lo que había ocurrido; aspiró profundo para poder gritar las palabras que se agolparon en su mente:

— ¡Mi hija está viva!

La breve soflama de María del Carmen Alatriste devolvió la esperanza a los integrantes y amigos de la familia Serdán; reverberó en el interior de la casa como si fuesen ecos de los truenos que presagian tormenta. Todos corrieron hacia donde estaba la joven declarada muerta por un médico mediocre, diagnóstico que en instantes se transformó en el chisme que recorrió las calles de Puebla: “Se murió la señorita Carmen Serdán”, fue la noticia que llegó hasta los oídos de Luis Cabrera Lobato: al escuchar estas terribles palabras Cabrera sintió que se abrían las lozas de piedra de la calle, el piso que soportaba su cuerpo.

Luis salió corriendo de su casa rumbo al domicilio de la familia Serdán. Iba desesperado con la sorpresa incrustada en su pecho. En el trayecto imaginó la sonrisa de Carmen e incluso escuchó el tono de su voz cuando ella le respondió a uno de sus constantes requiebros: “Es usted muy exagerado Luis. Aprecio en lo que vale su amistad”. Para no pensar en la tragedia, Cabrera se acogió a la popular esperanza: “Sólo es un chisme —dijo para sí—. Ella tiene que estar viva. Su madre no la dejaría morir”.

El viaje al inframundo
Carmen pudo percibir el movimiento y la preocupación de su agitado hogar. Quiso ponerse de pie pero la catalepsia le impidió moverse. No podía abrir los ojos. Se sentía paralizada y con la sensación de estar volando en la negrura del inframundo. En ese estado de semiinconsciencia ingresó a un túnel negro donde pudo percibir pequeños brillos y chocar con uno que otro ectoplasma, luces y formas que se cruzaban en su camino. Algo o alguien parecían llevársela de la mano hacia esa extraordinaria experiencia. Carmen pudo ver a lo lejos una intensa luz que mostraba la salida de aquella enorme y a la vez estrecha oquedad. Hizo el intento de avanzar hacia el resplandor pero una extraña y poderosa fuerza se lo impidió. Ya no pudo volar ni caminar ni moverse. Tuvo la sensación de que su cuerpo estaba sometido por muchas manos, algunas jalándola hacia la oscuridad de la vida, y otras empujándola hacia el brillo de la muerte.

Carmen dejó de luchar. Decidió esperar a que esa fuerza sobrenatural tomara la decisión final, sentencia que ella ignoraba. Fue en aquel momento cuando cesó la tensión de esas manos que sentía como si estuviesen asidas a su cuerpo, como si tratasen de transmitirle algunas visiones sobre su propio futuro. Entonces se vio a sí misma vestida de blanco y trepada en una nube arengando al pueblo: “¡Ya no vivan de rodillas!”, les gritaba frenética mientras blandía el rifle que llevaba en la diestra. Cesó su entusiasmo cuando en su vestido apareció un rosetón rojo. Asustada, tocándose el orificio del hombro por donde brotaba la sangre que produjo aquella creciente mancha, miró a su alrededor y entre los cadáveres pudo distinguir a sus hermanos Máximo y Aquiles, este último soportando el cuerpo inerte de un hombre llamado Francisco I. Madero.

La resurrección
Luis Cabrera entró a la casa buscando a la señora Alatriste cuya estatura y cabellera negra resaltaban de entre las decenas de amigos y familiares que la acompañaban.
—Doña María, ¿dónde está su hija? —preguntó con la angustia reflejada en su rostro pálido.
—En la recámara contigua. Ella duerme. Estoy esperando que despierte.
—Pero es que…
—No es cierto, Luis. Cálmese. El médico se equivocó. Es un chambón. Ella sigue con vida. Venga vamos a verla. Antes de que usted llegara percibí que movía su dedo meñique —le confió bajando la voz a manera de confidencia.
Carmen Alatriste tomó de la mano al joven abogado para conducirlo a la habitación donde reposaba la hermosa jovencita. Antes de llegar a la cama, Cabrera soltó la mano de la señora desviándose hacia el mueble donde había visto un pequeño espejo que parecía estar esperándolo. Enseguida, sin dar explicaciones, lo colocó cerca de la nariz de Carmen, como lo había hecho el médico que la declaró muerta. Esperó hasta percatarse de la leve sombra reflejada en el vidrio azogado.
—Tiene usted razón señora, su hija está viva —dijo Luis a la madre de su amiga—: Debe ser un ataque de catalepsia[1] —concluyó sin poder ocultar su expresión de felicidad.
En ese momento, como si lo hubiera escuchado, Carmen abrió los ojos; miró el rostro de su amigo y le dijo: —Tuve una horrible pesadilla.
—Nosotros también —condescendió Cabrera impresionado por la mirada profunda de la joven—. El suyo fue un mal sueño que para nuestra felicidad ya terminó…
—Gracias Luis, pero lo que yo soñé apenas empieza y no acabará hasta que…
—Ya no diga nada —la interrumpió Cabrera para no escuchar lo que parecía un presagio fatal. Supuso que ambos, tal vez, un día de tantos podrían encontrarse en alguno de los espacios que el destino reserva al amor—. Descanse porque le espera un futuro glorioso —le dijo.
—Ojalá que esa gloria a que se refiere no sea tan sangrienta como la de mi pesadilla —insistió ella dándole a su cara la expresión de la pesadumbre que acompaña al mal augurio.
Luis Cabrera ya no quiso hablar. Intuyó que Carmen Serdán tenía un destino distinto al suyo. Lo lamentó. En ese instante su cerebro registró las escenas fugaces que la inteligencia de la heroína acababa de transformar en energía. “Quizá esté impresionado con las lecturas de Poe”, se dijo a sí mismo con la intención de desechar esa experiencia déjà vu.

El presentimiento
Años más tarde, ya muertos Aquiles y Máximo Serdán en la refriega de noviembre de 1910, Luis Cabrera recordó el sueño-pesadilla de Carmen Serdán. No había podido quitarse de la mente el impacto que lo marcó con el sello de los hermanos Serdán, víctimas de la corrupción política del porfiriato. Con esas imágenes rebotándole en la cabeza, Cabrera Lobato escribió a Francisco I. Madero:

Todos hemos sentido las consecuencias de la Revolución; pero nos hemos resignado a sufrirlas en la esperanza de que trajera consigo algunos bienes en medio de tantos males. Usted, señor Madero, tiene contraída una inmensa responsabilidad ante la Historia, no tanto por haber desencadenado las fuerzas sociales, cuanto porque al hacerlo, ha asumido usted implícitamente la obligación de restablecer la paz, y el compromiso de que se realicen las aspiraciones que motivaron la guerra, para que el sacrificio de la Patria no resulte estéril…
En otros términos, y para hablar sin metáforas: usted que ha provocado la Revolución, tiene el deber de apagarla; pero guay de usted si asustado por la sangre derramada, o ablandado por los ruegos de parientes y amigos, o envuelto por la astuta dulzura del Príncipe de la Paz, o amenazado por el yanqui, deja infructuosos los sacrificios hechos. El país seguiría sufriendo de los mismos males, quedaría expuesto a crisis cada vez más agudas, y una vez en el camino de las revoluciones que usted le ha enseñado, querría levantarse en armas para la conquista de cada una de las libertades que dejara pendientes de alcanzar…

No lo dijo Cabrera, pero en las entrelíneas de su carta sugirió que el destino de Madero podría ser el mismo que el de Aquiles y Máximo.

Como si fuese un manantial, la sangre que había soñado Carmen Serdán siguió manando de otros cuerpos hasta fecundar el territorio nacional: produjo muchos rosetones; hubo cientos de miles de ellos cuyos brillos bañaron de rojo el cielo mexicano.

Carmen y Luis —ambos enamorados de las ideas sociales— habían sido escogidos por el destino para no formar parte de la estadística necrológica de la Revolución. Gracias a ese designio los dos siguieron manifestando sus conceptos “subversivos”, en muchos casos valiéndose de sus propios seudónimos: Marcos Serrato ella; y Blas Urrea, él.

La familia Serdán empezaba así el trayecto hacia el destino que les trazó su padre Manuel Serdán: promover la democracia aun cuando se enfrentaran al poder que Porfirio Díaz usaría para gobernar durante tres décadas, primero como una esperanza de progreso y después, como lo dijo el poeta Ramón López Velarde, como el “edén subvertido”...

*Tomado de mi libro Confidencias del poder



[1]Alatriste, Sealtiel, artículo en el periódico Reforma. Año 2000.