domingo, 15 de marzo de 2015

La clase política en caída libre*

Para Alejandro Mondragón, uno de los colegas que forma parte del periodismo alejado de la farsa, el que incomoda al poder.


En política, lo que comienza
con miedo, termina en tontería.
Samuel Taylor Coleridge

Por Alejandro C. Manjarrez
“Antes de entrar en materia hago un recuento de los daños y beneficios (supongo que encontraré alguno por ahí):
En cuatro décadas Puebla tuvo de todo, como en botica: el derrumbe de tres poderosos gobernadores (general Antonio Nava Castillo, general y doctor Rafael Moreno Valle y el doctor Gonzalo Bautista O’Farril).
Movimientos estudiantiles relacionados con la política estatal, algunos con su cuota de sangre.
Crímenes, vendettas y acciones legales violentas que aún no figuran en la estadística criminal de Puebla a pesar del medio millar de muertes.
La complacencia de la prensa dominada, corrompida o irresponsable que, entre otras cosas, omitió referir eventos como el de Pantepec (26 campesinos asesinados por guardias blancas) y el de Izúcar de Matamoros, donde perecieron los secuestradores y delincuentes que asolaban la región (nunca se supo nombre y número de muertos pero prácticamente fueron todos los que operaban en la zona).
La mediatización y control económico de los “jefes de línea” de la Universidad Autónoma de Puebla y, por ende, la postración del pensamiento crítico.
El comienzo del impresionante desarrollo de Antorcha Campesina, cuya cuna se apestó a pólvora.
La validación sexenal del cacicazgo en la región de Atlixco.
El enriquecimiento insultante de varios gobernadores y sus secuaces o socios.
Las maromas legaloides para vender o concesionar el patrimonio del pueblo, estratagemas auspiciadas por dos que tres gobernantes; verbigracia: la participación de algunos empresarios en los procesos de corrupción solapados por el gobierno; la manipulación de la justicia con el propósito de favorecer a los amigos y parientes de personas con intereses políticos; la comalada de nuevos millonarios, algunos de ellos testaferros del poder y de los funcionarios del gobierno; y la aparente ceguera de los partidos políticos, todos sin excepción.
Por esas y otras actitudes parecidas se desmoronó la credibilidad del pueblo hacia los políticos. Aunque era consciente de lo que ocurría, la sociedad pasó por alto las corruptelas de los miembros de la burocracia dorada. En lugar de protestar se guardó para mejores días el cobro del cúmulo de agravios. Nadie alzó la voz ni denunció hechos ilícitos o injustos. Hubo voces silenciadas o manipuladas con dinero, prebendas, apoyos y hasta la vieja componenda: “Si tú me ayudas yo te ayudo, de lo contrario me veré imposibilitado y no podré meter la mano por ti”.
Mientras todo eso pasaba en Puebla, el país sufría convulsiones políticas que llevaron a la sociedad a vivir con el Jesús en la boca y el cuchillo de la esperanza clavado en el hipotálamo. La corrupción había invadido las estructuras. El pueblo mexicano guardó en algún rincón de su cerebro todas las ofensas del poder ése —reincido en la cita de Juan de Palafox y Mendoza— que representa la miseria de su propio poder.
Las elecciones de 2012 hicieron las veces del bálsamo que cura todo menos los malos recuerdos que, por desventura, en la tierra de los Clavijero, Lafragua, Orozco y Berra, Flores, Pérez Salazar, Cabrera, Serdán y Bosques, adquirieron otro cariz: el proceso electoral sorprendió a la sociedad, y al gobierno del estado de Puebla le permitió reacondicionar su esquema futurista (similar al que llevó a Enrique Peña Nieto y a Televisa a la fama popular), método que en un santiamén se convirtió en lastre a pesar de la justificación más o menos razonable: Rafael Moreno Valle había dicho que la promoción en los medios electrónicos persuadiría a los dueños del capital para invertir en la entidad, derrama económica que mejoraría las condiciones del pueblo, además de borrar la mala fama pública que dejó Mario Marín Torres, el Precioso que, asegura la vox populi, se llevó hasta el mecate.
(La llegada a Puebla de la industria automotriz Audi, sería mediáticamente manejada como uno de esos logros, en este caso aderezado con exenciones fiscales por doce años y el obsequio de casi quinientas hectáreas, más la construcción de la multimillonaria infraestructura, incluida la carretera)
La auto-promoción nacional televisiva confirmó lo dicho por el propio gobernante poblano cuando, al inicio del mandato que el pueblo le había otorgado, espetó convencido y entusiasta: si ganamos las elecciones con los periodistas en contra, no necesitaremos de ellos para gobernar.
Buena, mala o visceral, aquella reacción burocrática sirvió al gobierno para justificar la aplicación del presupuesto de Comunicación Social, dinero que se destinó a la compra de espacios y menciones en la televisión nacional, en especial Televisa. Podría ser una decisión chambona si partimos de que Moreno Valle debe el cargo al pueblo que lo eligió, no así a los consorcios de la comunicación nacional, tema harto discutido en el 2012. Y también considerarla venturosa si partimos de que sin habérselo propuesto indujo en la prensa del estado de Puebla la necesidad de quitarse el lastre que durante años se le fue formando con el moho de las complacencias sexenales y la pátina de las notas políticas laudatorias.
¡Vaya coincidencias!
A final de cuentas hay que reconocer que Rafael impulsó al periodismo al propiciar que se insertara en la nueva época donde la información instantánea va acompañada de la verdad que exige el gran bloque de internautas bien informados…”
De mi libro La Puebla variopinta*
Si le interesa adquirir uno o varios ejemplares, contácteme al correo:
@replicaalex


domingo, 8 de marzo de 2015

Rafael y los espíritus chocarreros (1)


Por Alejandro C. Manjarrez
Sin arrogarme la facultad de hablar con los espíritus como —por citar a dos personajes— lo hicieron Francisco I. Madero y Plutarco Elías Calles, el primero sin intermediarios y el segundo a través del medium Luisito, me dispuse a entrevistar a varios de los ex gobernadores muertos. La intención: preguntarles lo que piensan de Rafael Moreno Valle, su par vivo.
Es, obvio, un ejercicio de imaginación que se basa en lo que hicieron y dijeron aquellos célebres gobernantes, costumbres referidas en la historia de Puebla. Así que trataré de darle realismo a la interviú con semejantes “espíritus”, algunos de ellos chocarreros o, como diría mi abuelita, ánimas del Purgatorio.
Empiezo pues este mi viaje hipotético ubicándome en la dimensión donde, seguramente, permanece Mucio P. Martínez, el gobernante cuyo nombre causaba desazón, temores y escalofríos debido a su carácter atrabiliario y conspirativo, talante que por cierto lo llevó a armar una conjura contra Madero, precisamente, y de paso a atentar contra el pueblo que dizque gobernaba. Y como bien lo saben, para qué les cuento su odio hacia Aquiles Serdán, el hombre que —igual que sus hermanos Carmen y Máximo— decidió no vivir arrodillado ante el poder enfermizo del entonces mandatario que, supongo, también quería suceder a Porfirio Díaz.
Va:
—Don Mucio, para iniciar este nuestro contacto sibilino dígame usted su idea sobre la influencia de la opinión pública —pregunté cauteloso.
—No existe. Es una pendejada, señor periodista. Durante mi gobierno yo era quien decidía lo que el pueblo tenía que pensar y decir…
—¿Perdón? —interrumpí sin poder ocultar la expresión de sorpresa marcada en mi rostro.
—Sí. No se haga guaje. Los periodistas que quisieron meter ideas negativas a la sociedad los mandé matar. Los demás escribieron para congraciarse conmigo, actitud que les ganó mi aprecio y respeto.
—Bueno, dejemos su historia que es de sobra conocida. Así que mejor dígame qué piensa de Rafael Moreno Valle, nieto de otro de sus sucesores en el gobierno poblano, el doctor y general —lancé.
—Mis respetos. Es un tipo chingón. Ha sabido sacar provecho a lo que ustedes llaman tecnología: gráficas, prospectivas, sondeos, estadísticas y todas esas pendejadas que vislumbró mi jefe Don Porfirio. Porque él, Don Porfirio, grábeselo en su cabeza, fue un visionario además de genio para los negocios. “Haz obra que algo sobra”, dijo mi jefecito. ¿Lo recuerda?
—Si, claro —respondí con reserva aguantándome las ganas de apostillar con algunos ejemplos actuales—. Por lo de chingón entiendo que usted lo admira. ¿Estoy en lo cierto? —pregunté medroso.
—Tanto como admirarlo no. Me cae bien el hombre porque me recuerda a los políticos de mi época: José Yves Limantour, por ejemplo, riquillo de nacimiento, además reformador y líder del grupo de científicos. Oiga, ¿no será su reencarnación? —preguntó Mucio con una sonrisa maliciosa.  Evité responder para no perder el hilo de la entrevista.
—Don Mucio: retomo lo de opinión pública porque me dejó preocupado. ¿Usted se dio cuenta de que esa opinión pública fue la que ayudó a los insurrectos encabezados por Aquiles? Con periodismo o sin él, la sociedad, el pueblo, temblaba al escuchar su nombre, el de Mucio, razón por la cual usaron el rumor para no enfrentársele y…
Me di cuenta después de abandonar el cargo, mejor dicho el mundo de los vivos —interrumpió mi reflexión—. El pinche Miguel (Cabrera) tuvo la culpa. Se excedió el cabrón. Hizo negocios con la prostitución controlada por la más influyente de sus amantes. Esa fue una de las causas de la mala fama de mi gobierno. Me apendejé y cometí el error de no hacer caso a los rumores, el método más socorrido por el pueblo que así se venga de los agravios cometidos en su contra por el gobierno.  Eso quería escuchar, ¿verdad?
La confesión me sorprendió. Pensé en que la verdad puede ser una de las condiciones para llevar la fiesta en paz allá en el más allá. Pero también me entró lo suspicaz y supuse que, como buen lancero, José Mucio Martínez de la Fuente me había tendido una trampa. La posibilidad me obligó a pensar en otro tema para no morder el anzuelo y caer en el estilo que dio fama a James Lipton, entrevistador que induce a sus entrevistados (actores y directores de cine) a desnudar su alma para sin ambages confesar sus pensamientos más profundos.
—¿A usted le gustaban las lisonjas Don Mucio? —solté.
—Como a cualquier político. Y Rafa, así le dicen ¿verdad? —agregó de motu proprio—, no puede ser ajeno a esos disparos al ego. Lo veo sobrado. A veces hasta lo admiro porque ha hecho lo que yo no pude en los diecinueve años que goberné al estado: cambiar leyes, emitir decretos, nombrar diputados y magistrados, invertir dinero ajeno en obras de gobierno, enriquecer a los amigos, hipotecar las finanzas públicas, joder a los críticos y controlar a la prensa que hoy cuenta con esas cosas que se llaman televisión y radio. Todo ello sin pedir permiso al presidente.
—Es uno de los logros de la Revolución —me atreví con el ánimo de retarlo—. La soberanía...
—¡Qué logro ni que la chingada! —Gritó estridente— ¡Están igual que antes! Bueno ahora hay más pobres y los ricos son más ricos —atemperó amable, como si estuviera arrepentido de haber puesto los pies en este mundo—. Pero si yo volviera a nacer me gustaría ser como el tipo cuyo nombre usted metió en esta entrevista: cabrón pero terso; líder y magnánimo con los amigos; seductor y hábil para convencer al poderoso; visionario y promotor de negocios; un histrión de la empatía combinado con el actor político que exige la modernidad; conductor de los procesos electorales que han hecho de México una dictadura perfecta, como lo dijo el escritorcillo ése que quiso ser presidente de su país… ¿Quiere que aumente la lista?
Otra vez la trampa semántica. Lo pensé dos segundos y decidí concluir la entrevista que había empezado a convertir en realidad lo que imaginé. Hice lo que Aristóteles y convoqué a mi daimon con el deseo de escuchar sus palabras: “Olvídate del pinche Mucio y busca a otro personaje —me dijo la voz de mi conciencia—. No vaya a ser que termines diciéndole Mucio a Rafael.
—Gracias por dejar su dimensión para responder mis preguntas —dije amable. Y el llamémosle holograma mental desapareció.
A partir de ahora me daré a la tarea de buscar otra energía qué entrevistar. Esto porque pretendo seguir con el ejercicio que, en lo personal, me parece divertido, tanto por los parangones como por la obligada remembranza sobre la forma de ser de los personajes controvertidos de nuestra historia, mismos que parecen hechos en el mismo molde y, por ende, heredado costumbres de y a quienes podrían ser recipiendarios de ese digamos que legado.
Respetado lector: intento que en medio de tanto desmadre tenga usted un rato amable, agradable. Espero haberlo logrado.
Próxima entrevista: Alfonso Cabrera Lobato

@replicaalex

jueves, 5 de marzo de 2015

Política y periodismo*

Cartón de Julián Andres Rivera Sulez, Colirio
El periodismo es libre o es una farsa.
Rodolfo Walsh

“Desde su primer día de gobierno, Rafael Moreno Valle Rosas mostró su interés para cambiar lo que él pudo haber visto como el estereotipo rústico de la provincia mexicana. De ahí su interés por maquillar a la capital y vestir de lujo al estado dotándolos de una obra pública moderna, cara pero eficiente y tan digna como vanguardista. Lo malo es que semejante inversión resultó contrastante con la pobreza que mantiene a la entidad en una lamentable posición estadística (según Coneval —2012— el cuarto estado con mayor pobreza y séptimo en marginación). Este empeño en el que incluyó la privatización de las carreteras y el usufructo de los bienes públicos, rebasó las expectativas de los sorprendidos gobernados y sacó de su modorra a los celosos vigilantes de nuestro patrimonio histórico. Unos asombrados por la rapidez y urgencia por construir lo que habría de servir como símbolo arquitectónico de los 150 años de la Batalla de Puebla. Y los otros indignados debido a que jamás fueron tomadas en cuenta sus opiniones a priori y posteriori, dictámenes relativos a la conservación de la herencia histórica que, entre otros galardones, dio a Puebla el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. El choque frontal del poder concentrado en un gobernante, contra la opinión pública opuesta a la manipulación mediática que acostumbra el gobierno, el que sea.
“La prensa también formó parte de esos desacuerdos o contradicciones. Primero se la consideró pastoril, pueblerina y por ende estorbosa, rebasada e inservible: no encajó con el “alto perfil” político y social del titular del poder Ejecutivo. Y segundo resultó incómoda y molesta en virtud de su apertura y libertad para actuar, al principio obligada por el trato a veces ofensivo y después entusiasmada por haber “descubierto” el papel crítico que exigen los lectores. Podríamos decir que Moreno Valle se transformó en algo parecido al doctor Frankestein ya que formó la criatura que se rebeló contra él, su “creador”.
“Eso fue parte de lo que pensó la mayoría de los trabajadores de los medios de comunicación escrita y también de los electrónicos cuyos propietarios, según trascendió, aceptaron limitar la libertad de expresión de sus comunicadores y periodistas, condición sine qua non para firmar los llamados convenios de publicidad.
“En fin.
“La “política y el periodismo”, como se intitula este capítulo, es un tema amplio, además de interesante, debido a las sombras que originan el alto contraste que da más luz a la libertad de prensa. Por ello dejan de ser anecdóticos los ataques menores o graves depende en cuál espacio del poder se hayan concebido y pasan a ser parte del hito plasmado en nuestras historias. Lo bueno es que al final del día los gobernantes siempre quedan expuestos, e incluso como si fuesen réplicas mal hechas o superadas del molde que troqueló la política de comunicación de, por ejemplo, Gustavo Díaz Ordaz.
“Recordemos…”

*Parte de uno de los capítulos del libro de mi autoría La Puebla variopinta. Ya está listo para quien le interese adquirirlo. Estoy a sus órdenes…
acmanjarrez@hotmail.com
@replicaalex