domingo, 7 de septiembre de 2014

Moreno Valle y su pacto con el chamuco (Balance obligado)



Ni los negocios deben llevar a la política, ni la
política a los negocios. La mezcolanza es hiriente.
Jesús Reyes Heroles

Por Alejandro C. Manjarrez
El gobernador de Puebla aprendió en Estados Unidos las estrategias para tener éxito en la vida. Le enseñaron a venderse valiéndose de los encantos que forman parte de la mercadotecnia política. Tomó el “brebaje“ ése que le administran a quienes deciden pensar en inglés y manejar su vida pública dispuestos a congraciarse con los intereses de los hombres del capital que, además, son sus intereses. Supo cómo relacionar al gobierno con los negocios. Pudo, por qué no, haberse convencido de que es mejor el sistema que privilegia el interés particular, al nuestro cuya esencia se basa en beneficiar a la mayoría social.
En esto último podría estar la falla que tantos corajes le ha hecho pasar el pueblo y viceversa. Ello debido a que su formación es producto del sistema norteamericano cuya Constitución protege los intereses económicos de la clase mercantil-capitalista. Vea usted:
Los padres fundadores de Estados Unidos pensaron en que el hombre estaba hecho a imagen y semejanza de Dios y que por ello, como Dios, era absoluto; que no se le podían conceder ciertos derechos ya que nació con ellos; y que esos derechos eran ilimitados, soberanos y no enajenables.
La diferencia de la Carta Magna de México está, como bien lo sabe el lector, en que el sentir del pueblo fue interpretado por los constituyentes de 1917 para dar a la nación una Ley que, al privilegiar el interés de las mayorías, conciliara su diversidad cultural basándose en la división de poderes y la democracia. Ya habíamos pasado por muchas arbitrariedades empezando, verbigracia, por el apartheid (los barrios) que los españoles fundadores establecieron en Puebla al ubicar a los indígenas fuera de la traza urbana; no querían “contaminarse“.
Gobierno a modo
Con estos antecedentes resulta comprensible el desbarajuste social provocado por el gobierno de la entidad cuyo gobernante supuso que el pueblo apechugaría las decisiones del poder tal y como sucedió en la época del despotismo ilustrado. Con base en ello, supongo, el mandatario planeó el futuro de Puebla (su porvenir) rodeándose de los fuereños que le ayudaron a implementar las siguientes acciones:
Escoger a quienes deberían formar la mayoría del poder Legislativo. Una vez consolidada esta selección, acondicionó las leyes que le facilitarían la participación en el estado de los hombres dedicados a hacer buenos negocios. Al mismo tiempo envió al Congreso local iniciativas que, una vez legisladas, le permitieran asegurar la oferta que atrae inversionistas como por citar una de esas acciones el pago de renta y abono a capital por 10, 15, 20 o más años a quienes, entre otras obras, construyeran centros de “acopio burocrático“ bajo el esquema PPS. Me refiero a las “tiendas ancla“ diseñadas para “jalar“ todos los servicios públicos (el Registro Civil, verbigracia). Antes había puesto su empeño en manejar directamente o a tras mano a los dirigentes estatales de varios partidos políticos: a unos los “maiceó“ y a otros valga la metáfora los agarró del escroto aprovechando las acciones que perpetraron sustentados en la corrupción, digamos que institucional dado que ocurrió dentro de la burocracia dorada de su tiempo.
El polvorín
Como había que redondear lo que parece un gran negocio para quien sabe quién, sus diputados aprobaron las expropiaciones fast track bajo el argumento de propiciar el desarrollo de Puebla al quitar de la ley las limitantes que incomodaran a los comerciantes del poder (y desde luego la aprobación de la “Ley Bala“). Al mismo tiempo se llevó a cabo una multimillonaria derrama económica para convertir a Puebla en una Disneylandia quitándole su dignidad y señorío, inversiones ofensivas para los habitantes de las comunidades sumidas en la pobreza producto del abandono gubernamental, principalmente. Llegaron (o fueron invitados) personajes cuyos negocios y fortuna en algunos casos están vinculados a gobernantes que hicieron del Estado mexicano una fuente de riqueza personal y/o intermediaros de contratos y concesiones deshonestas.
Todo marchaba conforme a lo planeado hasta que tronó el cohete y sus chispas incendiaron el polvorín, circunstancia que no figuraba en el manual de operaciones de la política, en este caso la chicharronera; a saber:
Se alebrestó el Pueblo manifestándose en su contra. Salieron a la luz pública las persecuciones legales contra representantes de las comunidades ofendidas, varios de ellos líderes sociales. El gobierno perdió el control político. Algunos sectores de la sociedad endilgaron al mandatario la fama de represor. Se privatizó el agua con la visión empresarial de convertir el líquido en dinero. Fueron instaladas cámaras en las principales vialidades, no para regular la circulación, sino como redondear un buen negocio de cuates. Le quitaron el registro civil a las juntas auxiliares, acción que produjo la protesta donde los granaderos del gobierno mataron a un niño. La prensa critica reprodujo y analizó la chabacanería gubernamental.
Sus colaboradores echaron a volar la imaginación decididos a justificar lo injustificable. El balance no le favoreció. Los dislates políticos propiciaron que se perdiera una buena parte de sus pluses. Bajó el tono de la imagen que lo presentaba como uno de los probables candidatos a la presidencia de México. En fin…
A pesar de todo ello y de las notas en su contra publicadas en la prensa crítica local y nacional, el gobernante (que por cierto ya se había librado de los nocivos efectos del “coletazo“ que produjo el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo, su madrina y benefactora) se mantuvo inhiesto y sin despeinarse ni perder su cautivadora sonrisa (cuando menos en público). E hizo lo que nunca en su vida había hecho, en este caso para recuperar su prestigio político: acercarse a los niños.
Después de analizar estos llamémosle contrastes así como sus efectos, llego a concluir que Rafael Moreno Valle pudo haber “firmado“ una carta intención con el chamuco (versión pueblerina del diablo), razón por la cual lo tendremos en Puebla hasta el final de su mandato. Y esto, que conste, para beneplácito de la prensa crítica y en beneficio de los periodistas orgánicos. Cosas de la vida.

@replicaalex