domingo, 23 de junio de 2013

Puebla, de película





Por Alejandro C Manjarrez

La cámara enfoca la mesa de juntas de cedro rojo. Sobre ella reposan varios pares de manos. Unas toscas y sudorosas, otras tersas y bien cuidadas.

La cámara capta la imagen de los rostros atentos. Hace un recorrido oval que deja ver la decoración de la sala en cuyas paredes cuelgan varias pinturas costumbristas. Sale a cuadro la cara del gobernador. Sonríe. Lee algunos papeles. Hay silencio. Levanta la vista, adopta su papel de anfitrión y da la bienvenida:

—Gracias por su puntualidad. Siéntanse en su casa.

Se escucha un murmullo de voces y la cámara toma de nuevo los rostros de los asistentes. Unos sonríen y otros sólo observan.

—¿Qué dicen las encuestas, señor delegado? —pregunta el gobernador.

El delegado carraspea. Mira a su alrededor. Vuelve a carraspear y dice:

—Carro completo, señor Gobernador.

El mandatario toma la palabra para interrumpir la cascada de lisonjas que empieza a formarse.

—Ya saben que agradezco sus conceptos. Representan la amistad y respeto que nos une. Manifiestan la solidaridad que ha hecho de nuestro partido la fuente de progreso que mantiene a Puebla como un estado pujante cuyos ciudadanos obligan a dignificar la esencia del país, el concepto de República…

La voz se pierde entre ecos e imágenes de los rostros que miran arrobados al emisor del discurso. Vuelve a vibrar la voz del gobernador pero ya clara y firme:

—Hay que reprecisar la voluntad del pueblo, para confirmar su firmeza, revalorar su aquiescencia y poder en el sufragio. Tenemos que poner todo nuestro empeño con el fin de que el partido siga representando, con dignidad republicana, las demandas de la sociedad. El poder es un instrumento para servir a los que menos tienen...

Se ven rostros que asienten. Uno de los invitados pide hacer uso de la palabra y en ese momento se escucha un fuerte estruendo. La detonación proviene del salón contiguo.

—¿¡Qué pasó?! —pregunta alarmado el gobernador. Antes de que alguien hable ingresa a la sala de juntas uno de los ayudantes.

¡Se le fue un tiro a René, Señor! —dice el tipo con la impresión de la muerte clavada en el rostro.

—¡¿Cómo?! —espeta enérgico el mandatario. ¡Háblale a ese cabrón —ordena.

Está paralizado, Señor —responde el ayudante.

—¿¡Está qué?... Pues sacúdanlo, carajo! —espeta el todopoderoso.

Señor Gobernador —se atreve el ayudante temblándole la voz—, la verdad es que Picasso ya está bien muerto.

—¿Picasso? ¡No por favor! ¡Esto no puede ser! —se lamenta el gobernante. Deja su lugar y apura el paso para salir al lugar de los hechos. La cámara enfoca a Picasso tirado sobre una silla. Sus brazos cuelgan y por uno de ellos corre la sangre que le sale del pecho. Voltea hacia René y éste aparece compungido con la cara hinchada aguantándose el llanto que provoca la tristeza revuelta con el pavor y el sentido de culpa. La cámara regresa al rostro pálido y asustado del gobernador. Detrás de él se nota la confusión.
Recuperado de la impresión, Óscar, el más joven de la ayudantía, corre hacia el teléfono. Lo marca y con voz apenas perceptible dice. “Que venga una ambulancia a Casa Puebla, rápido. Es urgente”.
La sangre en el piso enmarca la mudez de los testigos. El gobernador voltea a verlos:
—Aquí no ha pasado nada, ¿están de acuerdo? dice.
Los rostros confirman.
—Pero tienen que ayudarme a pensar qué hacer solicita el Jefe.
¡Saquen el cadáver al jardín! —grita uno de los ayudantes.
¡Limpien el lugar! ordena otro.
¡Que vengan los de intendencia! dice un tercero.
Se escucha la sirena de la ambulancia.
—¿Quién jijos de la chingada llamó a la ambulancia? —pregunta el gobernador.
—Fui yo Señor —responde Óscar.

—¡Que alguien la despache! Aquí no ha pasado nada, ya se los dije —ordena tajante el mandatario—.  René, ¿dónde está René? —pregunta.

La cámara enfoca a René que está paralizado, demacrado y sin entender lo que ocurre. La confusión empieza a organizarse. Cuatro ayudantes sacan el cadáver al jardín y lo colocan debajo un frondoso laurel. Pujan por la robustez de Picasso.

Muertos pesan más —comenta uno de ellos.

Pues a cuántos te has cargado, güey —dice otro.

Los tres sonríen maliciosos.

En la escena aparece la luz de la luna; sus haces traspasan las ramas del árbol para proyectarse sobre la sábana que cubre el cuerpo de Picasso.

¡El Procurador… que venga el Procurador! ¡Héctor manda por él; no, mejor tú mismo ve por él, pero ya! ordena el mandatario como si acabara de darse cuenta del problema.

René vuelve en sí y su llanto apagado ablanda el corazón de sus compañeros. Uno de ellos, el más solidario, deja salir algunas lágrimas. Otro trata de consolarlo: “Ya güey, fue un accidente. Dios así lo quiso. Eres tú quien sirvió a su designio”. Varios se ponen a rezar en silencio. Se escucha una voz que le pide por el alma de su amigo.

El gobernador regresa a la sala de juntas y con voz cansina solicita a sus invitados:

—Vamos a deliberar sobre la versión oficial de este sangriento percance. ¿Dónde está el procurador. Qué pasa con él? pregunta.

No hay respuesta. La cámara toma varias escenas dándole agilidad al momento: el jardín con el cuerpo cubierto con una sábana; los compañeros del muerto a su ladorezándole fervorosos; el gobernador manoteando y moviendo la boca; los invitadosserios, expectantes.

La escena anterior se suple con otra: entra Héctor e informa a su jefe:

—Señor, el procurador está indispuesto.

—¡Cómo que indispuesto! ¡Pues tráelo de los güevos! ¡Urge su presencia! —grita el mandatario.

—Es que está demasiado pedo, Jefe. No se puede mover. Ni siquiera es capaz de hablar…

La cámara toma la cara de uno de los invitados cuando éste dice: —Que le den un pericazo.

—¡Me lleva la chingada! —Espeta el representante del poder Ejecutivo—. Pues entonces ve por el sub procurador…

—Ya está aquí, Señor, ya lo traje —responde Héctor con voz de satisfacción.

Pasa el tiempo y se aparecen a cuadro varias personas discuten. Entra el gobernador a la sala y pregunta:

—¿Cuál es la estrategia?

Uno de ellos dice:

—Hay que hablar con los medios de comunicación para ponerlos al tanto del accidente (enfatiza en esta última palabra). Tenemos que hacerlo antes de que una voz indiscreta se nos adelante.

Se ven rostros difusos confundidos en la oscuridad. Están reunidos en torno a la mesa de juntas. Se escuchan los siguientes comentarios:

“El mensaje debe basarse en la pena que embarga al gobernador por el accidente que sufrió Picasso”.

“El jefe de ayudantes de la primera dama limpiaba su pistola cuando se le escapó el tiro que le quitó la vida.”

“Hay que decir a los directores que el gobernador está muy abatido; que les pide su comprensión y apoyo para que el accidente no se convierta en un escándalo mediático”.

Esa noche termina como si nada hubiese pasado.

Empieza otro día.

La cámara toma los encabezados de varios periódicos. Éstos giran vertiginosamente hasta que todos confluyen en el siguiente título:

“Carro completo para el partido oficial

@replicaalex