miércoles, 13 de febrero de 2013

Los traidores del PRI

Foto pueblaonline.com.mx


Por Alejandro C. Manjarrez
En la búsqueda de traidores en el Partido Revolucionario Institucional, los gambusinos de la honestidad podrían toparse con ideas, conceptos y señalamientos elaborados para —parafraseo a Mario Vargas Losa (“Piedra de toque”,1992)— proveer coartadas dignas de los cínicos. Me refiero a quienes como Gonzalo N. Santos (uno de los abuelos malos del PRI), consideran que la moral debe ser el árbol que si no da moras sirve para pura chingada.
¡Aguas priistas de cepa!
Cuando escuchen el vocablo traidor tengan mucho cuidado porque podría provenir de personajes émulos y admiradores del Alazán Tostado o Señor del Gargaleote, una de las leyendas negras de la Revolución Mexicana. Y además tomen nota que tal señalamiento o denuncia forma parte de la estrategia de los cínicos que se salvaron de la denuncia en su contra, precisamente porque traicionaron a su partido. ¿Cómo lo traicionaron? Para no complicarnos la vida sólo diré que siendo electoralmente omisos; es decir, ocupándose de propiciar la derrota del tricolor poblano. Era eso o, en el mejor de los casos, vía judicial, responder a la denuncia de “enriquecimiento inexplicable”. Así, gracias a su deslealtad, protegieron a futuro su riqueza mal habida.
¿¡On’tan los perjuros!?
Leí que el delegado especial del CEN de PRI en Puebla, el ex gobernador de Colima Fernando Moreno Peña, anda muy laborioso investigando a sus correligionarios para poder elaborar la lista de aquellos que traicionaron a su partido. Supongo que estará preguntando por aquí y por allá con la idea de confeccionar “el vértigo del etcétera”, como definió Umberto Eco a los listados interminables (Confesiones de un joven novelista).
A lo mejor y para no meterse en las honduras del chisme (en Puebla somos expertos, que conste), habría que decirle a don Fernando, que se anime a poner en práctica un ejercicio entre matemático y social. O sea, que analice la riqueza de los militantes que hoy se llenan la boca con severos señalamientos de traición y, al mismo tiempo, que hurgue en el pasado reciente de éstos. Si encuentra que algunos de ellos (o un montón) hace ocho años eran pobres y que hoy son ricos, entonces tendrá que preguntarles cómo llegaron a ese estatus y después, si acaso no se sacaron el Melate (todo puede pasar en la viña del Señor —pregúntenle al ex de Veracruz), qué diablos hicieron para obtener impunidad.
¿Qué podría descubrir don Fernando Moreno Peña?
Pues que hay muchos priistas que se disfrazaron de honestos; que otro tanto se colocó la máscara de impulsores de la empresa privada; que varios más se pusieron el antifaz de demócratas irredentos; que muchos adoptaron el papel de interlocutores eficaces; y que un buen número actuó cubriéndose la cara con la careta que inspiró a Octavio Paz (El laberinto de la soledad).
¿Y cuáles serán los verdaderos rostros?
Imagino que los de comerciantes del poder; celestinos de sus jefes; corruptores a sueldo y comisión: cabilderos con licencia y presupuesto para comprar desde conciencias hasta intermediarios financieros de cuello blanco; prestanombres inmobiliarios y encubridores de delincuentes y cómplices de gobernantes corruptos y… ya lo dije: la lista es larga, “el vértigo del etcétera”.
¿Está difícil?
A lo mejor no tanto. Bastaría que acudiera a la orientación de dos ex gobernadores poblanos: Manuel Bartlett Díaz y Mario Marín Torres. El primero como fiscal y el segundo como defensor de oficio. Conoce a ambos y sabe que tanto el uno como el otro son producto de la misma célula política que a él le dio vida pública.
¿Pa’que tanto pinche brinco estando el suelo tan parejo?
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