domingo, 6 de mayo de 2012

“Nuevos amos de México”



Por Alejandro C. Manjarrez
Cuando Rafael Moreno Valle cruzó el escenario parecía cargar un costal lleno de nervios. Sin embargo, aun con ese fardo sobre sus hombros, el gobernador poblano caminó erguido pensando quizá en el discurso que habría de pronunciar ante el primer mandatario de la nación y frente a los invitados especiales, texto elaborado con frases y conceptos que además buscaron impresionar al respetable y, desde luego, cautivar a los millones de televidentes que vieron el show, mismos que seguramente se preguntaron: “¿y quién es ése?”.
Moreno Valle habló. Y conforme articulaba las palabras de su mensaje a la nación, se fueron deshaciendo las hebras de aquel manojo de nervios sostenidos por el mecapal invisible con el que llegó al pódium. Y también gesticuló apoyándose en la energía y en el orgullo que permite representar al poder Ejecutivo de la tierra donde hace 150 años se gestó la segunda independencia de México, la definitiva, según algunos historiadores.
Aún prevalecían en las mentes del público las imágenes del espectáculo que mostró la leyenda de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl y algo de la presencia de Moreno Valle, cuando hizo su aparición Felipe Calderón Hinojosa, el presidente de México. E igual que ocurrió con don Rafael, las luces de la escenografía bañaron la tez presidencial dándole el extraño tono tropical común en “los y las” modelos de las revistas del corazón. Don Felipe habló de la patria, de las guerras (su especialidad), de la solidaridad del pueblo para enfrentar al invasor extranjero, de Ignacio Zaragoza y de la República representada por Benito Juárez. Siguiendo el ejemplo del gobernador (o al revés, vaya usted a saber), omitió la traición de los conservadores poblanos cuya frustración fue exacerbada por la derrota del ejército francés. Me refiero a los hombres y mujeres del jet set que se habían preparado para recibir al Conde Lorencez, como después lo hicieron con Maximiliano: bajo de palio, misas de acción de gracias, sendos arcos de flores y un sarao tras otro.
Los vivas atizaron el fuego del artificio de la pirotecnia.
Y empezó así la gran fiesta donde las principales estrellas fueron los extranjeros paradójicamente; o sea los nuevos invasores cuyo canto y baile es ajeno a la tradición del tambor y la chirimía, sonidos y recuerdos que seguramente excitaron a los efectivos del Ejército de Oriente.
Ah, y también se manifestó una inteligente promoción política, misma que sirvió para difundir los colores y avivar la enjundia del panismo que justamente representa Calderón, impulso mediático que –como no queriendo la cosa– ubicó a Moreno Valle en los cuernos de la luna, el satélite natural de la tierra que este 5 de Mayo, curiosamente, estuvo más cerca de nuestro planeta para, entre otros efectos, insuflar el corazón de los enamorados y acariciar el ego de los acelerados.
Ya había pasado el desfile que por seguridad presidencial se redujo a su mínima expresión popular. La historia familiar de los poblanos acababa de sufrir un sorpresivo golpe espiritual, mandoble emocional que permitió dar realce e inaugurar las grandes obras emprendidas por el mandato morenovallista apoyado por la bonhomía financiera del gobierno de Felipe Calderón. Después vino la escenificación de la batalla donde Ignacio Zaragoza derrotó al poderoso ejército francés o, para contrastar con la otra “guerra” (la que este 5 de mayo mostró nueve cadáveres colgados de un puente), con la representación de la batalla en los fuertes a cargo del ejército mexicano, salvar el prestigio del gobierno que pasó por alto las historias familiares que durante décadas han llenado de orgullo a padres, hijos y nietos, todos egresados o alumnos de las escuelas de Puebla.
Así pues, igual como lo refiere la historia, este sábado recordamos y vimos el combate que perdió Lorencez, derrota que meses más tarde produjo su relevo: fue suplido por el general Aquiles Bazaine y el mariscal Federico Forey, enviados por Napoleón III para con 40 mil hombres llevar a cabo la invasión que permitió a Maxilimiano instaurar su efímero imperio.
Si la historia es un prólogo, como sentenció Shakespeare, yo creo que los políticos, ambiciosos y voladores, deberían grabar en su agenda o en su cabezota lo que dijo Lorencez:
"Somos tan superiores… en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento… ya soy el amo de México".
Después de ver las consecuencias de tamaña tontería o menosprecio, a lo mejor recapacitan y ponen sus ilustres pies en la tierra… o las barbas a remojar.
¿Y el debate? Ya va a empezar.
Twitter: @replicaalex