jueves, 23 de febrero de 2012

Los niños y el gobernador


Por Alejandro C. Manjarrez
Para la bella y sensible Amanda
Algo ocurre en el entorno del gobernador poblano. Su equipo de seguridad, que seguramente obedece órdenes directas de él, lo mantiene aislado y lejos de cualquier posibilidad que altere su estado de ánimo.
Está bien si partimos del deseo de venganza que ha envenenado la vida de varios de los marinistas afectados y/o perseguidos por el gobierno morenovallista. Y más aún si a esto agregamos el peligro que representa el crimen organizado. Partiendo de ello no tendríamos por qué criticar los excesos en la protección del góber, acciones que incluyen desde el cierre de vialidades hasta el uso exagerado del helicóptero que usa para trasladarse de un punto a otro de la ciudad de Puebla. Diría doña Chona, la comadre más popular del mercado La Acocota: no hay fijón siempre y cuando esos cuidados no se conviertan en abusos en contra de los niños. Si, leyó usted bien, en contra de los pequeños cuya vida está llena de ilusiones, entre ellas la de saludar a los personajes que aparecen en la televisión, desde el famoso y casi eterno Chabelo, hasta el propio Rafael Moreno Valle.
Pero sí hay fijón
Antes de entrar al tema pergeñado en las líneas anteriores, permítame el lector hacer un marco, digamos que histórico, en el cual abusaré de los contrastes:
Cuando Mariano Piña Olaya andaba de campaña para ser gobernador, alguna vez regañó a los papás o maestros de los niños que se le cruzaron. “No sean cochinos –les dijo–, compren jabón y enseñen a estos muchachos chamagosos a lavarse las manos y la cara”. Como Mariano es un tipo culto, pudo haber pensado en José Vasconcelos y recordar lo que éste escribió en su Ulises Criollo: “antes de intentar democracia y actividad política, el pueblo necesita emprender una campaña de agua y jabón”. El entonces candidato Piña estaba enojado porque en la mayoría de los mítines predominaban los niños. Incluso llegó a bromear con ello y a pedir a uno de sus acompañantes que hablara ante los infantes para convocarlos a votar. “Concientízalos –le dijo festivo– y muéstrales la credencial de elector”.
Dejo el sector rural mexicano para, como diría fray Miguel de Guevara (el religioso aquel que acusaron de ideas heréticas por haber escrito el famoso soneto: “No me mueve mi Dios para quererte”), viajar al cielo que nos tienen prometido, pasando primero por la historia del Gran Herodes:
Como bien lo sabe el lector, el mencionado rey ganó fama pública por dos razones: a) en Jerusalén, Cesárea y Jericó, construyó grandes fortalezas, impresionantes teatros y uno que otro circo; su intención: quedar bien con el emperador romano César Augusto; y b) mandó ejecutar a todos los niños menores de dos años nacidos en Belén porque alguien le dijo que entre ellos estaba Jesús de Nazaret.
Imagino que el amable lector también conoce el mensaje aquel donde Mateo nos cuenta lo siguiente (19:14): Jesús dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.
Una vez hechas estas contrastantes acotaciones cívico-religiosas, ahora sí entro en materia:
El martes pasado, los niños y niñas del colegio Los Sauces, fueron llevados a conocer la obra ecológica que realiza el gobierno del estado en la ribera del río Atoyac. Sería una lección sobre la importancia de rescatar lo que la naturaleza nos regaló y, tal vez, de manera indirecta, tangencial, mostrar a los chamacos que aún hay tiempo para resolver el daño que ocasionaron los malos de esta película, cuyo empeño consciente o casual fue acabar con el Río y la naturaleza.
Había alrededor de sesenta infantes mostrando en sus caritas la sonrisa de la esperanza, expresión capaz de ablandar a los corazones más duros o confusos. De repente apareció uno de los encargados del sitio; lo hizo con el rostro descompuesto por el susto o pánico que le produjo lo que parecía una situación de extremo peligro. “¡Ya váyanse! ¡Salgan cuanto antes!”, gritó. Asustadas, las maestras del colegio preguntaron qué estaba pasando, porqué tanto pánico, “Es que viene el señor gobernador acompañado de unos ingleses, y si ve a los niños se va a molestar”.
El efecto sorpresa-susto de los niños, en este caso una reacción combinada con la rabia de las maestras, llegó a medio centenar de hogares. Lo portaban los niños y niñas que, como los inocentes que mató Herodes, no tienen por qué ser las víctimas de cualquier exceso, incluido el del poder.
He dedicado esta columna a mi nieta Amanda y a sus compañeros, todos testigos presenciales de los hechos aquí relatados y, por ende, víctimas del esquema de seguridad del gobernador.
Twitter: @replicaalex