viernes, 2 de septiembre de 2011

Lalo Rivera, ¿presunto culpable?

Por Alejandro C. Manjarrez
Vamos a ver: si la hay, a quién le falla la estrategia política, ¿al gobernador o al alcalde de Puebla o de plano a los dos?
Sea cual fuere la respuesta, no importa el cargo o nombre del que tenga la culpa o le asista la razón. Al final del día la sociedad saldrá perjudicada si acaso persiste lo que pudo haber sido desde un berrinche hormonal hasta la estrategia política, rencilla personal o resabio partidista por los motivos que usted quiera y mande. De ello darán cuenta los poblanos, y el culpable del diferendo (mismo que se ha ido agravando conforme pasan los días) será arrastrando hacia el desprestigio sin importar, que conste, el cargo que ostente: presidente municipal o titular del poder Ejecutivo.
Bueno, eso es digamos que a mediano plazo. ¿Y si antes de que concluya la gestión de Eduardo Rivera Pérez, ocurre un percance grave derivado del retiro de la policía adscrita al Ayuntamiento de Puebla? ¿Quién sería el culpable: el que retiró a los efectivos o el que no supo defender su autonomía? Y aquí, con el permiso del lector, tenemos que pensar en el peligro que se cierne sobre las ciudades importantes del país, en este caso la de Puebla. Me refiero al riesgo que representa el crimen organizado, cada día más virulento y, al parecer, decidido a imponer su fuerza criminal.
Escenarios probables
Dentro de pocos días Eduardo Rivera Pérez y Rafael Moreno Valle Rosas presidirán la ceremonia del 15 de septiembre, el segundo dando el Grito y el primero acompañándolo como anfitrión y testigo de honor de la tradicional ceremonia cívica. Claro esto siempre y cuando el mandatario no se ausente o, como lo hizo ayer jueves 1 de septiembre que no asistió al inicio de las guardias a la Enseña Patria, simplemente rompa la tradición y por sus pistolas decida irse a “gritar” a Ciudad Serdán, por ejemplo, nombrando al lugar que tanto quiere, la sede honorífica de los tres poderes del estado.
Ahora bien, si el Ayuntamiento está corto de vigilancia, la lógica nos induce a suponer que en una y otra posibilidades (se encuentre o no el mandatario) existe el peligro de que suceda lo mismo que pasó en el 2008 en Morelia, Michoacán, cuando durante el Grito explotó una granada en pleno centro de la ciudad, artefacto que provocó ocho muertos y 90 heridos. O cualquier otro percance tan “sonoro” y sangriento como aquel.
A quién le cargarían la mano, al presidente municipal que no protestó las decisiones del gobernador, o a éste que hizo gala de su autoridad. O si de aquí al día en que Rivera supla la merma de vigilancia ocurre un acto criminal de alto impacto mediático, ¿qué diría la prensa escrita y electrónica sobre este tema? ¿Soslayarían el de anteayer que fue un acto del poder a cargo de Moreno Valle?
De una u otra forma quedaría mal, muy mal el poder político del estado de Puebla. Si no hubo vigilancia suficiente, dirán, fue por culpa del gobierno estatal. Y aquí tengo que volver a preguntar: ¿fue berrinche hormonal, estrategia política, rencilla personal o resabio partidista?
Dejemos, pues, que el tiempo nos dé la respuesta. Mientras ésta llega le platico una anécdota que bien puede adaptarse para aplicarla en la vida política de México y, obvio de Puebla. La tomo del libro que regaló Milenio a sus lectores, obra que se llama “Los Rothschild” y que se refiere a la familia judía cuyo trayecto y éxito financiero inició en Frankfurt, allá por el siglo XVIII:
“Shalom Aleichem contó la historia de un pobre judío que fue a París desde Europa oriental con la intención de ver al barón de Rothschild, para lo cual tuvo que porfiar mucho tiempo con el reticente portero para que lo dejara entrar, lo que consiguió alegando que tenía una interesante proposición que hacer al barón. Por fin apareció éste: ‘Y bien, usted dirá’, le dijo. ‘Señor de Rothschild, he descubierto un medio para hacerle inmortal’, le explicó el hombre… ‘Continué, por favor’, lo animó Rothschild. ‘Es muy sencillo. Si usted quiere ser inmortal, lo único que tiene que hacer es venirse a vivir a mi pueblo, Kasrielenke.’ ‘¿Y esto por qué?’ ‘Pues porque en Kasrielenke no hemos visto nunca morir a un hombre rico’.
Si el lector cambia el nombre de Kasrielenke por el de Puebla, podrá decir que acá no hemos visto nunca morir a un político con la fama íntegra. Y entonces, me pregunto: ¿para qué tanto pinche brinco estando el suelo tan parejo?
Twitter: @replicaalex