domingo, 25 de septiembre de 2011

La prensa, ¿enemiga del poder?





Por Alejandro C. Manjarrez
Antes de escribir lo que enseguida leerá, declaro bajo protesta de decir la verdad, que analicé y le di veinte o más vueltas al tema de la relación prensa-gobierno. También que dispersé vista y mente hacia otras entidades y épocas recientes partiendo del concepto o idea que le escuché a uno de los colaboradores del mandatario en turno: “Si pudimos ganar la gubernatura con la prensa en contra, podremos gobernar sin tomar en cuenta a la prensa”.
Esta frase que es tan real como la existencia de Rafael Moreno Valle, muestra las razones del gobierno para, además de prescindir de los medios de comunicación, escritos o digitales, encararlos, desprestigiarlos, minimizarlos y buscar la forma de aplastarlos. Es lo que se percibe de las acciones puestas en práctica para corregir la plana a los periodistas, mismas que se basan en la restricción de publicidad y en algo que podríamos denominar método epistolar que parte de la siguiente premisa: “tú me criticas y yo te respondo lanzándote una o varias cartas aclaratorias”.
En esos “viajes” por la historia reciente o intemporal, destinados a encontrar algún parangón con lo que ocurre en Puebla, me saltó a la vista lo que parece ser la estrategia local, misma que a lo peor está inspirada en la herencia de Goebbels. Lo digo porque hay muchas pistas que confirman que por ahí hubo un “genio” que fusiló y plagió la táctica al comunicador de Hitler, para después hacerla suya maquillándola, actualizándola y modernizándola y así, como si fuese una sesuda técnica elaborada ex profeso por profesionales en la materia, vendérsela al gobierno morenovallista.
En mi columna anterior dije que el plan de comunicación implementado por el gobierno se basa en simplificar, contagiar, trasponer, exagerar, desfigurar, vulgarizar, orquestar o silenciar la información. Igual como lo hizo Joseph de acuerdo con los principios que están disponibles en la carretera de la información. Helos aquí:
Simplificación y del enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al beligerante en un único enemigo.
Método de contagio: reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los antagonistas han de constituirse en suma individualizada.
Transposición: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.”
Exageración y desfiguración: convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
Vulgarización: toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar. (De ahí el uso y abuso de la televisión).
Orquestación: la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente; presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
Renovación: hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del contrario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Verosimilitud: construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
Silenciación: callar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen o dan la razón al antípoda, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines. (En Puebla ya sabemos cuáles son).
Transfusión: Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Unanimidad: llegar a convencer a mucha gente de que piensa "como todo el mundo" creando una falsa impresión de unanimidad.
Esta es, desde luego, una percepción sustentada en la controvertida relación prensa-gobierno. Si estoy equivocado agradeceré una carta aclaratoria que, con detalle, explique a nuestros lectores y a todos los comunicadores poblanos, cuál es la política de comunicación del gobierno del estado de Puebla para, de una vez por todas, establecer cómo considera el poder Ejecutivo estatal a los periodistas: si nos ve como informadores, rivales, enemigos, adversarios, discrepantes o ¡terroristas! Y también que explique lo del presupuesto asignado a la imagen del Gobernador: cuánto y cómo se ha gastado en este ejercicio, y cuánto más se “invertirá”. Digo…
Twitter: @replicaalex